ROMPECABEZAS: ENTRE EL FIN DEL COMBUSTIBLE BARATO Y LA AGROECOLOGÍA

El debate político se ha centrado siempre en expectativas y esperanzas, casi siempre proyectadas ambas como ‘espera’ para que en un futuro se logre algo, sea la instrucción de justicia, la justicia social, la distribución de la riqueza, la descontaminación de pútridos ríos.

Sin embargo, como señaló Gustavo Esteva, la esperanza no permite aplazamientos, pues su significado es contrario a la expectativa. La esperanza es el arte mismo de la anticipación, lo opuesto a la espera: hacer hoy y ahora lo que tiene sentido, hacer lo que hay que hacer, sin importar si se cumplirá́ o no el objetivo.

De eso se trata la agroecología, que es esperanzadora pero no por un optimismo desinformado, ni porque ‘al fin’ tengamos éxito. La agroecología es una cuestión profundamente política, y tiene sentido, mucho sentido, acá, en el presente, y vale la pena practicarla de manera independiente de un resultado futuro.

<> 

POR QUÉ LA AGROECOLOGÍA ES UN PROYECTO POLÍTICO

En primer término porque es una utopía presentista, que no posterga la transformación. Es decir, no es sólo una fuerza reactiva contra las fuerzas del capital: es un movimiento social con una propuesta concreta que prefigura otro tipo de modelo civilizatorio.

Y por esa esperanza es que la agroecología choca de plano con la necropolítica, contra el nihilismo, y contra este sistema alimentario ecocida. El capitalismo impulsa la resignación, un océano de ‘certezas’ que no son otra cosa que una verdadera prisión.

Gracias a la agroecología multitudes, en distintos rincones del planeta, están fugándose de los grilletes de la realidad existente, creando con sus esfuerzos colectivos otras imágenes de posibilidad, evocando otras alternativas de habitar, de un modo más convivencial, más acorde con los ciclos de la tierra.



La utopía agroecológica es creadora radical de esperanza, de imaginación. Utopías que se traen al presente con acciones específicas, con rebeldías y desobediencias territorializadas por los pueblos en sus espacios de existencia.

<> 

DEL HOMO ECONOMICUS AL HOMO HABILIS

La humanidad lleva siglos centrada en el homo economicus, el ser humano atravesado por la condición de la vida industrial y el consumo, lo que nos ha hecho incapaces de sanar, comer, habitar, transformar e intercambiar de forma autónoma.

El homo habilis debe ser capaz de hacer en comunalidad, de restablecer la facultad común de producir y compartir valores de uso, y no valores de cambio, que es el corazón del movimiento del capital.

Todo el desarrollo intelectual y económico del capitalismo se ha centrado en el principio de la escasez.

El salto radical requiere superar ese principio para dar paso al de la suficiencia, que responda al contexto real e incuestionable del declive energético, el ocaso del capitalismo y el alarmante cambio climático. En ese sentido la agroecología tiene mucho por aportar, porque es una transformación civilizatoria.

La agroecología campesina y popular tiene la opción de convertirse en pieza angular de comunidades poscapitalistas que restauren tramas de vida y ámbitos de comunidad, tanto en áreas rurales como urbanas.

El llamado es a estimular un tipo de imaginación social en la que la agroecología se practique, no para sostener e impulsar la industrialización a gran escala, sino para sustentar procesos dinámicos de artesanalización comunal, en un tejido popular de multitudes, en el que circularán bienes rur-urbanos en flujos basados en la suficiencia y el don.

Productividad económica, industrialización, crecimiento infinito y acumulación privativa de energía son las columnas que sostienen el paradigma de la escasez, y del funcionamiento del capital.

La única habitabilidad posible en el planeta ya no podrá fundarse en la productividad económica —como indica el paradigma de la escasez y los proyectos neo-desarrollistas—, ni en la industrialización, sino en el don, la disipación; no en el crecimiento infinito y la acumulación privativa de energía, sino en el arte de mantenerse a la medida bajo ciertos límites dimensionales disipando energía mediante el arte de dar y redistribuir.

<> 

LA AGROECOLOGÍA DERRITE LAS BASES DEL ESTADO-NACIÓN

Se trata de abandonar de una vez las promesas del progreso y el desarrollo —cuyo correlato es la maximización de la productividad y la adicción energética—, y sustituir la forma patriarcal del Estado nación. Hacer un giro del contenido de nuestro proyecto político hacia una revolución estructurante, destituyente y constituyente, desde abajo y hacia los lados, compuesta de multiplicidades que disipan entre ellas la energía de forma comunal y local, y que tejen de forma colectiva distintas formas de afectividad ambiental.

El debate, entonces, es cómo hacer acuerdos rur-urbanos entre multitudes de homo habilis, donde se combinen la campesinización agroecológica con la organización de trabajadores en barrios urbanos de pequeña escala, de modo que se articulen intercambios solidarios y autónomos en circuitos cortos y localizados.

El futuro tendrá́ que ser local y comunal, lo que nos exhorta a desistir en la fascinación de lo sobredimensionado; a desintoxicarse de la adicción de convertir lo pequeño en grande, y a soñar, al contrario, desde otras dimensiones más reducidas, más limitadas en sus medidas.

El tamaño y la proporción importan, y este ya no es el tiempo de lo descomunal, del gran formato: es el tiempo de la belleza de lo pequeño y lo bien proporcionado. Es la hora del desescalamiento, de lo desglobalizado, de lo desindustrializado, de lo localizado.



Las multitudes no son muchedumbres, sino multiplicidades de comunidades autónomas de pequeña dimensión. Y esa multiplicidad de comunidades autónomas deberá gestionarse no según las divisiones administrativas metafísicas y forzadas que armaron cada uno de los Estados-nación, sino en territorialidades que siguen los pliegues de la tierra.

<> 

POR QUÉ HABLAR DE ‘MULTITUDES AGROECOLÓGICAS’

El término multitud proviene de Baruch Spinoza, y se distingue de las masas indiferenciadas y del pueblo como identidad unitaria, por ser plural, múltiple y heterogéneo. La multitud, como explican Michael Hardt y Toni Negri se distingue de las masas indiferenciadas por estar compuesta de diferencias irreductibles a una unidad; por ser un concepto capaz de reunir la diversidad de clase, cultura, etnicidad y género; por ser una noción que actualiza el concepto marxista de la lucha de clases.

Multitud tiene la capacidad de expresar la multiplicidad, la autoorganización, y el papel activo de los agentes colectivos en la transformación de la realidad social. Pero también por su intención de enlazar una diversidad de luchas en un mismo proyecto emancipador, y por entender que el poder es multisituado y que las multitudes deben estar al unísono en muchos lugares a la vez.

Multitudes agroecológicas refiere a muchas parcelas pequeñas, y muchas familias en muchos territorios, produciendo y comiendo agroecológicamente. Un fenómeno de los muchos en tanto que muchos.

Pero también quiere expresar que la agroecología puede convertirse en un fragmento central para las transformaciones civilizatorias, que trasciendan la agricultura, y que incluya una multiplicidad de ámbitos articulados.

Hoy la agroecología es un movimiento social campesino y de lucha de clase por la soberanía alimentaria y la autonomía territorial. Pero también es capaz de convertirse en un eslabón fundamental de un proyecto más amplio.



<> 

EL FIN DE LOS ‘4 BARATOS’ CHOCA DE FRENTE CON EL NEODESARROLLISMO

El historiador Jason Moore sostiene que en 2003 inicia el fin de la era de la “naturaleza barata”; un acontecimiento histórico cuyo significado es el agotamiento del régimen de acumulación del capital, que echó sus bases en el siglo XVI. 

Para Moore, desde inicios del nuevo milenio, el capitalismo empezó́ a mostrar que ya agotó la estrategia que lo sostuvo por 5 siglos: producir trabajo barato, alimento barato, energía barata y materias primas baratas. Esos “cuatro baratos”, como él los denomina, son los principales elementos de la naturaleza apropiada y capitalizada sobre la cual se ha edificado este sistema.

¿Qué significado tiene el hecho de que la naturaleza se encarezca? En realidad la naturaleza no puede ser ni barata ni cara, pues no es una mercancía. La naturaleza es aquello que somos, es la inmensidad inmanente que nos habita y que habitamos.

Cuando Moore habla de “naturaleza barata” se refiere a la “naturaleza” como la entiende la perspectiva del capital.

El gran proyecto del siglo XXI tiene que ser un cambio profundo de esta civilización impulsada por la energía fósil, a otra civilización sustentada en la transformación de la radiación solar en biomasa.

Una transformación de un sistema energético basado en petróleo, gas y carbón a otro sustentado en plantas e interacciones ecológicas, mediante la creación de jardines agroforestales y sistemas agroecológicos diversos que alimenten a los pueblos.

Sin embargo, esta radical transformación no puede llevarse a cabo sin la lucha por la tierra y el territorio; por eso la tierra y la agricultura recobrarán la importancia que han tenido en el largo conflicto de clases librado por los pueblos durante tantos siglos.

Según Moore, el capitalismo ha sido un modo de organización cuyo eje fue obligar a trabajar a la naturaleza –incluyendo la naturaleza humana-, a precios cada vez más bajos.

La hegemonía holandesa iniciada en el siglo XVI, la británica en el XVII y la estadunidense en el XX, se caracterizan por una ley común: la ley de la naturaleza barata.



En cada fase de su despliegue histórico, el capitalismo ha buscado fuentes de naturaleza a precios muy bajos y si es posible gratuitas. La gratuidad es, de hecho, parte esencial del modelo de funcionamiento capitalista, constituido no solo por el histórico despojo de los territorios de los que se sirve para acumular, sino también por el trabajo no remunerado; principalmente, el realizado por las mujeres.

La explicación de Moore es que la manera como el capitalismo ha conseguido acceder a diversas fuentes de trabajo/ energía sin mercantilizar, o mínimamente mercantilizadas, para incorporarlas a los circuitos globales de acumulación, ha sido mediante la expansión geográfica, la innovación tecnológica y la hegemonía cultural.

Los procesos de apropiación y despojo son la base sobre la cual el capitalismo funciona, pues lo que hace el sistema es expoliar el trabajo/energía de la actividad llevada a cabo por los seres humanos y el resto de la naturaleza.

En este sentido, más que un sistema-mundo el capitalismo es una ecología-mundo: un sistema cuyo propósito es hacer trabajar a la naturaleza humana y no humana de forma muy barata para producir valor.



A la inversa de lo que se cree, el capital ha invertido muy pequeñas cantidades para apropiarse de grandes cantidades de trabajo/energía no remuneradas o mal remuneradas, y así́ disminuir los costos de producción y aumentar la tasa de ganancia.

Cuando ello se logra, estamos frente a un “excedente ecológico” elevado: un plus de naturaleza humana y extra humana apropiadas, que permiten incrementar la acumulación.

Eso es precisamente lo que ocurrió en las grandes expansiones de los últimos dos siglos: grandes masas de naturaleza barata movilizada (carbón y petróleo barato, metales y alimentos baratos), y trabajo humano no remunerado.

Esa dinámica de expansión capitalista se corresponde con un proceso de expansión que, sin embargo, tiene sus límites. De manera periódica el sistema toca techo, porque ya no puede encontrar suficiente “excedente ecológico” o “naturaleza barata”, lo que significa que la curva de crecimiento acumulativo deja su dinamismo, y ‘los baratos’ empiezan a encarecerse.

Es ahí́ donde ocurren las crisis capitalistas, pues los costos aumentan y disminuye la productividad. En ese punto, a lo largo de distintos periodos de la acumulación capitalista, el sistema ha requerido emprender una “revolución ecológico-mundial”, para poder restituir sus cuatro bases, o sea, los cuatro baratos: que lo caro deje de serlo y se vuelva otra vez barato.

Por supuesto, es un proceso que tarda décadas, antes de topar con nuevas fronteras de expansión geográfica, regularmente espacios no capitalizados. Cuando los descubre y los produce mediante la combinación de ciencia e imperio, el sistema puede entrar de nuevo en una fase dinámica de acumulación de capital.

<> 

¿POR QUÉ EL COLAPSO ECOLÓGICO YA IMPIDE AL CAPITAL PROSEGUIR CON LOS 4 BARATOS QUE PERMITIERON SU EXPANSIÓN?

El problema de nuestro tiempo es la dificultad del sistema para hallar trabajo/energía no remunerado al ritmo requerido para crear una nueva revolución ecológico-mundial.

Hay una contradicción entre los tiempos de reproducción del capital y los de reproducción de la naturaleza, lo que provoca que el capital se sobreacumule, es decir, que no encuentre inversiones lo suficientemente rentables.

Este fenómeno puede ratificarse en una cifra citada por William Robinson en 2021:

“El monto total de dinero en reservas de las 2000 corporaciones no financieras más grandes del mundo pasó de $6.6 billones a $14.2 billones de dólares entre 2010 y 2020 —cifras previas a la pandemia—, cantidad por encima del valor total de todas las reservas en divisas de todos los gobiernos del planeta”.

Este dato evidencia el grave problema en el que está el sistema, porque el capital no puede mantenerse ocioso: tiene que buscar donde invertir para seguir acumulando. Ante esta crisis crónica de sobreacumulación, la salida paliativa ha sido la especulación financiera, la ampliación del crédito, recetas ortodoxas de subsidio a los capitales —y por supuesto, la guerra—.

Sin embargo, estas medidas no solucionan el agotamiento de las oportunidades rentables para la inversión. Y ello ocurre, en términos históricos, porque las expansiones y las innovaciones tecnológicas socavaron  las condiciones naturales humanas y no humanas de reproducción del capital: en su afán de acumular siempre más, el sistema ha roído ya las bases de sustentación de las cuales depende para seguir expandiéndose.

<> 

HACE 20 AÑOS QUE INICIÓ EL DECLIVE FINAL QUE SE EVIDENCIA HOY

En 2003 el sistema neoliberal llegó a un límite en su “excedente ecológico”, pues a partir de esta fecha los baratos empezaron a encarecerse; fue el momento en que dio inicio el espectacular aumento del precio de los metales, la energía y la comida: el boom de los commodities.

Por supuesto, este boom fue aprovechado por muchos capitales individuales para invertir en territorios que no habían estado completamente regidos por la lógica del capitalismo.

En el Sur global aparecieron por primera vez enormes inversiones en mega-minería, hidrocarburos, tierras, proyectos energéticos y un largo etcétera, que hoy conocemos como extractivismos.

Pero en el fondo, estas inversiones que aprovechan el encarecimiento de los commodities no solucionan el problema estructural que significa la sobreacumulación de capital acompañada del agotamiento de las naturalezas baratas, ni menos lo que ello implica en el largo plazo para el sistema capitalista en su conjunto.

Debe recordarse que esta civilización urbana e industrial se construyó durante casi dos siglos sobre la base de fuentes fósiles abundantes y fáciles de extraer, las cuales desde finales del siglo xx se empezaron a terminar.

En el caso del petróleo, las fuentes de mejor calidad, los emplazamientos más grandes, los petróleos más sencillos de extraer del subsuelo (los menos costosos) ya se acabaron.

Los yacimientos restantes son los de menor tamaño y más profundos, los de formaciones impermeables —shale o lutitas, es decir, el fracking—, y el petróleo pesado y ultrapesado, que son más difícil técnica, financiera y energéticamente de obtener.

En consecuencia, nunca más bajará el precio de la energía porque entramos en la era de la energía cara. Y ello no solo ocurre porque los yacimientos petroleros de menor calidad tengan costos más altos en comparación con los que se terminaron; también se debe a que el carbón, el gas y todas las energías renovables dependen del petróleo.

Es decir, si se encarece el petróleo se encarece el conjunto de la energía con la que se mueve esta civilización industrializada.

<> 

ENTENDER AHORA LO QUE PASARÁ EN 10 AÑOS

Desde el 2000 los costos operativos del sector petrolero han aumentado más del doble, y los de la exploración se han cuadruplicado. Para decirlo en pocas palabras, la cuestión no es que nos “acabemos” el petróleo, el gas natural o el carbón, sino más bien que los pozos y las minas dejan de ser rentables.

La pérdida de la rentabilidad para el capital representa costos altos y beneficios bajos, y por tanto disminución de las inversiones. La única forma rentable de seguir extrayendo petróleo es con el aumento de los precios, pues de lo contrario nadie estará́ dispuesto a invertir. Por eso muchos expertos estiman que en los próximos años estaremos ante un precio del petróleo por encima de los 100 dólares el barril.

A ese precio el sistema en su conjunto experimentaría un colapso en la producción industrial. Por supuesto, por un tiempo los precios altos podrán mitigarse con mayor gasto público y deuda, pero esto solo puede aplazar la aceptación de la incómoda verdad de que los precios de la energía subirán a un valor que no puede sufragar la sociedad capitalista.



Aunque el lobby de la industria de las energías renovables haya creado al sofisma de que puede lograrse una transición que remplace las energías fósiles y con ello la descarbonización de la economía, la verdad es que la construcción y operación de estas fuentes energéticas son dependientes del petróleo y del gas, y no puede olvidarse que el 80 por ciento de la energía que hoy consumimos no puede cambiarse de la noche a la mañana.

El problema del fin de la era de la energía barata es un problema estructural para el capitalismo, en el que la agroecología tiene mucho que ver. No puede olvidarse que el sistema agroalimentario industrializado desde 1935, como recuerda Moore, es petroagricultura, petroganadería y petroalimentos.

Un modelo dependiente del petróleo para la elaboración de los insumos agrícolas y el procesamiento, el transporte, la refrigeración, el empacado y la comercialización de los alimentos. 

Con el petróleo se elaboran los fertilizantes, se almacenan y se transforman los alimentos, con diésel viajan los productos agrícolas; con plástico se envuelve la comida en los supermercados; con gasolina van los consumidores a las grandes superficies; con gas se mantiene fría y se cocina la comida.

Por ello, si aumenta el precio del petróleo y el gas, aumenta el precio de los alimentos: un serio problema para el conjunto del sistema, porque el capitalismo, como un todo, depende de alimentos baratos. Tal como dijo Philip McMichael en 2015, el capitalismo es un régimen alimentario, pues los alimentos baratos determinan el precio de la fuerza de trabajo.

Si los alimentos son baratos, el costo de la mano de obra es igualmente barata. Y al contrario, si los alimentos se encarecen, la mano de obra tendría que subir su costo. Pero el capitalismo no puede darse el lujo de funcionar con trabajo caro, pues la base que sostiene al sistema se basa, justamente, en que el trabajo sea barato.

En efecto, vivimos en un sistema cuya forma de extraer plusvalía ha sido la disminución del costo de los alimentos. Una estrategia que se remonta a los orígenes del capitalismo, pero que, en el siglo XX, inicia con la revolución verde a través de la cual se realizó́ un salto tecnológico que, combinó la ciencia agronómica con tierras y mano de obra baratas, cuyo efecto fue el desplome de los precios de los alimentos, y por ende, el costo del trabajo. De hecho los alimentos más baratos de la historia mundial se consiguieron entre 1978 y 2002. Esta época de bonanza, ya terminó a partir de 2003, cuando se inicia la era de los alimentos caros.

El modelo agrícola ecocida ha generado erosión, compactación, salinización y esterilización de los suelos, contaminación del agua, disminución de la biodiversidad funcional para los agroecosistemas, resistencia a plaguicidas y disminución de la efectividad de fertilizantes de síntesis química. Eso ha llevado a un estancamiento de los rendimientos.

Estamos en una verdadera encrucijada. La hiperproductividad del agronegocio está profundizando la crisis del sistema agroalimentario, lo cual para el negocio agrícola implica un decrecimiento en las utilidades, pero para el capitalismo en su conjunto representa el aumento en los precios de los alimentos, y una crisis –esta vez, insalvable-, de acumulación de capital si se encarece la reproducción de la fuerza de trabajo.

Habrá quienes dirán que el capitalismo una vez más aprovechará la crisis para reestructurar las condiciones de producción.

Por supuesto, así́ lo está intentando —principalmente mediante el capitalismo verde y algunas políticas keynesianas—, pero los ajustes no son capaces de solucionar el problema estructural en el funcionamiento del sistema.



<> 

LA MIRADA CORTA Y ESTÉRIL DE LOS GOBIERNOS PROGRESISTAS Y EL NEO-DESARROLLISMO

La globalización ha transformado a los Estados-nación en parte constitutiva de un engranaje mayor, orientado a facilitar los negocios. La estructura estatal se ha convertido en un simple instrumento útil para asegurar los intereses del capital.

Después de más de treinta años de transformaciones estructurales, sus instituciones y aparatos normativos han quedado subordinados a la lógica de la economía de libre mercado y a su objetivo principal: el crecimiento de la acumulación del capital.

Por eso ningún cambio de gobierno, y menos en un país periférico, cambia la subordinación. El sistema es, ya, una superestructura global, un gobierno imperial, imposible de ser influido desde escalas locales.

La creación de organismos multilaterales y la firma de acuerdos comerciales alejó o anuló la soberanía jurídica-territorial de los países, que fue remplazada por un ensamblaje de tratados internacionales y aparatos transnacionales que rigen la economía y la política global.

> Nos guste o no, a ningún país le está permitido hacer cambios radicales de modelo; solo se les consiente diseñar y ejecuta “acciones reguladoras” para garantizar el buen funcionamiento del mercado, de modo que los negocios continúen su ampliación geográfica y que los territorios sigan a merced de las empresas.

> Nos guste o no, a la gobernanza imperial a veces le es útil la llegada de gobiernos progresistas o socialdemócratas, porque los giros tenues que estos encarnan son importantísimos para el gran capital. Suelen ser más eficientes en el aumento de la clase media (con lo que aumenta la masa de consumidores), en los avances en los derechos sociales e individuales que otorgan estabilidad y también, sí, en distraer las demandas por cambios económicos radicales. También sirven para aplacar el disenso político en tiempos de gran turbulencia, y en la edificación de toda una infraestructura que necesita dinero público para la privatización futura.

O sea, que los gobiernos progresistas son parte consustancial del sistema global de acumulación de capital y no desviaciones anticapitalistas.

Las políticas públicas del Estado, en su diseño y operación, mantienen la lógica del desarrollismo, los subsidios y el extensionismo de los expertos. No podría ser de otra forma, pues las instituciones gubernamentales no saben sino actuar desde el régimen de la escasez que guía el diseño y operación de los programas sociales, como es aquella creencia de que los pueblos serán salvados de una condición indigna llamada pobreza a través de la intervención de un benefactor, lo cual suele tener el efecto en sus beneficiarios de enseñarles a pensar y actuar desde los sentidos provistos por la racionalidad económica.

Cuando se institucionaliza la agroecología en las agendas de los gobiernos o las agencias benefactoras lo que cambia es la matriz técnica (no ligada a los monocultivos y agrotóxicos), pero sigue intocada la práctica de delegar a los tecnócratas la autoridad de decidir quién necesita qué, así como los modos con los cuales será satisfecho el sistema de necesidades externamente creadas.



<> 

¿QUÉ HACER?

Este es el escenario en que tendremos que organizar una lucha en la que habremos de encaminarnos por las puertas ya abiertas por el movimiento agroecológico, mientras aprendemos a abrir muchas otras para conformar un proyecto político de clase “para sí” que una el campo y la ciudad.

Un proyecto cuyo futuro, en las ciudades, dependerá de los sin trabajo y precarizados de nuestro tiempo, quienes tienen la opción de desplazar la búsqueda de un empleo asalariado -que quizá́ nunca encontrarán- a constituir un proceso organizativo a fin de que entre todos nos inventemos un futuro local y comunal.

Necesitaremos hacer reverberar un proceso de lucha que cambie el “ya basta” de la calles, por la afirmación, por la creatividad, por la organización, por la capacidad de las multitudes de desgubernamentalizarse del sentido común del capitalismo neoliberal, y de crear una potencia autónoma organizada capaz de hacer circular valores de uso por fuera de los tentáculos del capital, en donde los alimentos y la transformación artesanal y colectiva de los bienes producidos de forma agroecológica será central.

Por su parte, del lado del campo requerimos seguir fortaleciendo el proceso de un campesinado agroecológico, cuyo papel sea producir comida y otros bienes no alimentarios para todos los pueblos, al mismo tiempo que reverdece el planeta.

De lo que estamos hablando es de una territorialización agroecológica, cuyo propósito sea ganar más y más territorios para la vida.

Un proyecto político que se ve lejano en el marco de este frenético ritmo al que está ocupando espacios el agronegocio ecocida, que entre 2013 y 2019 arrasó con el 69 por ciento de los bosques tropicales del mundo



Las preguntas que tenemos entonces son:

¿Cómo equilibrar la correlación de fuerzas que hoy está a favor del agronegocio extractivo?

¿Cómo crear una multitud de fuerzas que le roben progresivamente el control material e inmaterial al sistema agroalimentario del capitalismo?

¿Cómo tejer una proliferación de acciones moleculares que le expropien el poder al agroextractivismo industrial?

Siguiendo a Guattari diremos que una insurrección centralizada, visible y a gran escala hoy parece imposible. Lo que sí es posible es hilvanar una revolución molecular a través de un acrecentamiento generalizado de la potencia colectiva en el campo y la ciudad.

Tenemos que aprender a imaginar los procesos políticos de la agroecología de una manera silenciosa y diseminada, de modo que, como sostiene Félix Guattari, progresivamente vayamos logrando hacerle perder el control a los poderes establecidos.



<<>> 

> Edición-presentación del libro Multitudes Agroecológicas de Omar Felipe Giraldo<

Omar Felipe Giraldo es Profesor del Departamento de Humanidades y Sistemas Sociales de la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES Mérida), Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es doctor en Ciencias Agrarias del Departamento de Sociología Rural de la Universidad Autónoma Chapingo. Entre los años 2014 y 2021 se desempeñó como Investigador del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) adscrito a El Colegio de la Frontera Sur (Ecosur). Ha sido profesor de posgrado en distintas universidades latinoamericanas. Recibió en 2021 el Premio de Investigación en Ciencias Sociales por la Academia Mexicana de Ciencias.

Multitudes Agroecológicas fue copublicado por la Universidad Nacional Autónoma de México y la Escuela Nacional de Estudios Superiores – Unidad Mérida de la UNAM

<<>> 

Referencias

Esteva, G. (2013a). La insurrección en curso. En R. Ornelas (coord.), Crisis civilizatoria y superación del capitalismo (pp. 129-216). México: Instituto de Investigaciones Económicas-Universidad Nacional Autónoma de México.

Ferrari L. (2018). Pico del petróleo: ¿por falta de demanda? Serendipia. Consultado el 25 de abril de 2022, en https://bit.ly/3Jqk5uw

Giraldo, O. F. (2020). El desmoronamiento de la creencia en el Estado: buen vivir y autonomía de los pueblos. En A. I. Mora (ed.), Buenos Vivires y Transiciones: La vida, dulce, la vida bella, la vida querida, la vida sabrosa, la vida buena, la vida en plenitud (pp. 55-86). Bogotá: Uniminuto.

Guattari, F. (2017). La revolución molecular. Madrid: Errata Naturae

Hardt, M., y Negri, A. (2007). Imperio. Editorial Paidós.

McMichael, P. (2015). Regímenes alimentarios y cuestiones agrarias. México: M. Á. Porrúa.

Moore, J. W. (2020). El capitalismo en la trama de la vida: ecología y acumulación de capital. Madrid: Traficantes de Sueños.

La Vía Campesina (LVC). (2015b). Declaración del Foro Internacional de Agroecología. Consultado en octubre de 2020, en https://bit.ly/3Bx1ZW3

Robinson, W. (2021). ¿Qué hay detrás de la «nueva guerra fría»? Rebelión. https://rebelion.org/que-hay-detras-de-la-nueva-guerra-fria/


El material que publica la revista web www.purochamuyo.com / Cuadernos de Crisis pertenece al Colectivo Editorial Crisis Asociación Civil. Los contenidos solo pueden reproducirse, sin edición ni modificación, y citando la fecha de publicación y la fuente.

REGISTRO ISSN 2953-3945

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.