LOS SOLDADOS (JUDÍOS) EN MALVINAS

¿Relectura o descubrimiento? El periodista Hernán Dobry publicó hace una década el libro Los rabinos de Malvinas. La comunidad judía argentina, la guerra del Atlántico Sur y el antisemitismo.

El trabajo de lectura y selección que propone www.purochamuyo.com es ante todo un llamado a la reflexión. Los múltiples prismas para entender un poco más de Malvinas, y jamás cuestionar el heroísmo y la entereza de aquellos muchachos de menos de 20 años, que hambreados y sin armas adecuadas, fueran católicos, cristianos, judíos o ateos, pusieron el cuerpo.

La Iglesia y los capellanes militares


La Argentina es una nación católica apostólica romana donde todos los habitantes pueden ejercer libremente su culto. Sin embargo las igualdades religiosas terminan en la práctica con el financiamiento que recibe la iglesia

Esto esta planteado en la Carta Magna, ya que afirma que “el Gobierno Federal sostiene el culto católico apostólico romano”. Esto no ocurre con ninguna de las demás religiones, a pesar de que los ciudadanos que las profesan están obligados a cumplir con las mismas normativas y abonar idénticos impuestos que ellos; o sea que con su dinero están solventando el funcionamiento del culto católico, a pesar de no ser parte de su grey.

El único ente oficial que presta asistencia religiosa a los militares argentinos es el Obispado Castrense, donde ningún otro credo puede hacerlo, tanto formal como informalmente.

En Malvinas se quebró por primera vez en 169 años ese vínculo exclusivo: cinco rabinos prestaron asistencia espiritual a los soldados judíos durante la guerra de Malvinas. Fueron desplegados en Comodoro Rivadavia, Trelew y Río Gallegos. Baruj Plavnick, Efraín Dines, Felipe Yafe, Tzvi Grunblatt y Natán Grunblatt. Los capellanes no católicos de la guerra.


El clima de antisemitismo que existía entre los miembros de las FF.AA. en esos años, sumado a los maltratos extra que sufrían los conscriptos israelitas* durante la guerra, y las torturas a las que los militares sometían a los detenidos-desaparecidos de ese origen durante la última dictadura, tornaron aún más importante ese logro.

Sin embargo, Baruj Plavnick, el religioso designado para cumplir con la misión de cruzar a las Islas, nunca consiguió llegar a Puerto Argentino, por diferentes razones, entre ellas, porque lo consideraban un civil y no un militar, como era el caso de sus pares de la Iglesia.

Todo el maltrato empeoró en Malvinas


La vida en las islas no era muy diferente de la que solía ser en el continente en lo que respecta al trato. Pero todo cambió de un día para el otro el 1º de mayo, cuando los británicos bombardearon por primera vez.

Nadie lo esperaba, o quizás, ninguno quería creer en la posibilidad de que la guerra pudiera llegar a comenzar en algún momento. Incluso, ni siquiera sabían cómo era un misil, estar en medio de un cañoneo, o qué hacer cuando un avión atacaba sus posiciones. Pronto lo aprendieron, en medio de las corridas desesperadas para encontrar un refugio mientras los proyectiles explotaban por todas partes, y los Sea Harrier los aturdían a su paso.

A partir de entonces reinó el terror, el frío se hizo intolerable, la comida comenzó a escasear paulatinamente y los maltratos se mantuvieron intactos.



“El hambre no fue de repente; empezamos a comer menos, y cada vez hubo menos. Había días en que no llegaba nada porque había bombardeos. Uno aprende la técnica para  desperdiciar la menor cantidad de comida cuando la servís en un plato de aluminio. Entonces le pasás la lengua, pero no mucho porque podías gastar mucha saliva, ni muy fuerte porque se te pegaba al aluminio por el frío. Volví con 57 kilos, y me había ido con 72”, resalta Pablo Giber, del Regimiento de Infantería Mecanizada 3, de La Tablada.

Algo similar le ocurrió a Germán Feldman, del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 602 de Mar del Plata. “En esos 71 días perdí 16 kilos. A un muchacho lo enterramos por hambre. Se murió por no comer. Estuve tres días para cavar su fosa y taparlo”, recuerda.

La tensión llego a tal punto que muchos debieron salir a mendigar en las casas de los kelpers para ingerir algún tipo de alimento.

“Una vez cuando terminé la guardia toqué la puerta de una casa para ver si conseguía algo de comida. Me llenaron una bolsa con provisiones y me fui”, explica Sergio Vainroj, del Regimiento de Infantería Mecanizada 3, de La Tablada. “Cuando volvía caminando, un oficial me gritó y me llevó haciendo carrera mar, cuerpo a tierra con el fusil en la espalda unas siete cuadras. Cuando se fue, el sargento y el cabo de mi unidad me sacaron todo. Solo me dejaron un poco de azúcar y unos caramelos para mí y mis compañeros”.


Mejor suerte tuvo el cabo Grunblatt de la Armada. “Mi posición pasaba días de mucha hambre porque a veces la camioneta que llevaba la comida no podía llegar por los bombardeos ingleses. Entonces, me armé hasta los dientes con otros soldados y asalté el depósito del Ejército. Y otra vez también fuimos al puerto y cuando estaban desembarcando provisiones les sacamos a los oficiales pedazos de carne y latas de membrillo”.

El propio General de división (R) David Comini, del RIMec 3, destaca que el clima y la humedad que tenían los soldados en las trincheras era un factor que influía y desgastaba la moral de la tropa.

“A la gente le tocó vivir más de dos meses en un pozo, que terminó llenándose de agua. Esto fue infernal, y en definitiva, que a uno lo matara un ingles podía llegar a haber sido, para más de uno, como una solución”.


Como si todos estos padecimientos fueran pocos para un ser humano, los soldados tuvieron que seguir sufriendo los maltratos de los oficiales y suboficiales, que parecían no darse cuenta de que estaban en medio de una guerra.

La agresión o los castigos obedecían más a los estados de ánimo de los militares que a las faltas que pudieran haber cometido los soldados. Descargaban su bronca, miedo o impotencia sobre los subordinados. Era su cable a tierra.

“Lo que más me angustiaba era ver a los chicos que lloraban, que se pegaban tiros en las piernas para que los devolvieran al continente; estar con gente que sabías que no estaba preparada para asumir una guerra, incluso se podría decir que el cincuenta por ciento de los suboficiales tenía miedo”, afirma Mario Eskenazi, del RIMec 3. Algo similar recuerda Claudio Szpin: “muchos soldados se pegaban tiros en una pierna o se herían porque no aguantaban, o no podían distinguir al enemigo en situaciones de guardia. Nos tiroteábamos mucho entre la propia tropa. Todo eso tenía que ver con la paranoia y la locura”.

Quizás la mayor preocupación que embargaba a soldados y militares era quedar mutilados de por vida por el impacto de una esquirla, de un balazo o la explosión de una bomba, lo que los llevaba a pensar que en caso de ocurrirles, era mejor no volver.

“Si me mataban, tenía miedo por mi mamá y mi papá, pero si no, el mayor temor era quedar inválido. Si me volaban una pierna o un brazo, le había pedido a un compañero que me matara, y él me dijo lo mismo. Pegame un tiro instantáneamente, así muero, no me dejes sufrir”, resalta Marcelo Eddi, del RI 1.


Los soldados judíos debieron pelear una guerra aparte

Si bien estas situaciones fueron comunes a todos los soldados que estuvieron en Malvinas, los judíos, además, debieron pelear una guerra aparte: contra el antisemitismo de los oficiales y suboficiales que los tenían a su cargo, y que se materializo a través del maltrato verbal y el castigo físico.

Uno de los lugares comunes que usaban para atacar a los soldados judíos era su supuesta condición de extranjeros. Para ellos, judío y argentino eran antónimos, y hasta términos incompatibles entre sí.

“Un día nos forman a todos y dicen: ‘van a cruzar los morteros a Malvinas’, y a mí me sacan a un costado. El teniente primero que nos acompañaba era como el hijo de Hitler, porque era nazi, se vestía igual y se peinaba con gomina para atrás. Se paró al lado mío y me dijo; ‘voy a llevar todos soldados criollos, no un judío’”. Marcelo Eddi fue a Malvinas por su propia decisión, a pesar de la negativa de su superior. “Elegí ir a la guerra para no sufrir más el maltrato de estar en un regimiento. Prefería que me mataran a seguir bancándome la colimba”, sostiene.


Sergio Vainroj, del RIMec 3 debió padecer el odio y la envidia de su superior en medio de la guerra. “Cada tanto me decían judío de mierda, y cuando no, me daban una sobrecarga de trabajo, por ejemplo, empezar a hacer un pozo de zorro, y después, taparlo y hacer otro. A los demás no se lo hacían”, señala.


Silvio Katz, también del RIMec 3 afirmó en la denuncia que luego presentó ante la justicia, que el subteniente Eduardo Flores Ardoino “me castigó todos los días de mi vida en Malvinas por ser judío. Me congelaba las manos en el agua, me tiraba la comida adentro de la mierda y la tenía que buscar con la boca. Me trataba de puto, que todos los judíos éramos cagones, y miles de bajezas más. Cada día que parecía que íbamos a entrar en combate sacaba una botella de whisky, nos ponía a todos en fila y nos daba un trago, algo para entrar en calor. Cuando llegaba a mí, decía ‘Usted no, porque lo van a matar’”.


El odio llegaba hasta el punto de que un militar evitara que un soldado israelita, que hacía las veces de enfermero porque estaba a punto de recibirse en la carrera de Farmacia, le suministrara los medicamentos que necesitaba para curarse.

“Un suboficial tuvo una angina pultácea y fui a verlo al sucucho donde dormía. El tipo, con el hilo de voz que le quedaba, me dijo: ‘Lo último que me faltaba en la vida es que un judío me venga a curar, tengo que aguantarme a este judío hijo de puta que me viene a dar los antibióticos’. Se los daba igual, pero no abría la boca”, señala Alberto Rose, de la Compañía de Ingenieros Mecanizada 11.


Una de las típicas acusaciones eran que los judíos eran prestamistas, o que tenían dinero, o tenían que ver con la visión preconciliar de que los israelitas habían matado a Cristo. Otro de los mitos era el Plan Andinia que había divulgado el profesor anti judío de la UBA Walter Beveraggi Allende, en 1971, en el que detallaba un supuesto plan de desembarco judío en la Patagonia para crear allí un estado independiente.


“El antisemitismo que había adentro era muy intenso, con amenazas de muerte permanente, con recuerdos del nazismo donde me llegaban a decir: ‘no entiendo cómo ustedes están acá, si ya los tendrían que haber matado a todos’”, sostuvo Marcelo Laufer, del RI1

En tanto, Oscar Felszer, del Grupo de Infantería Aerotransportada 2, de Córdoba, tuvo que padecer los agravios de sus superiores que acusaban a los israelitas de ser subversivos.

“Un teniente primero siempre decía: ‘Los terroristas son judíos y hay que matarlos a todos’. Cuando estábamos haciendo adiestramiento para paracaidismo, íbamos corriendo todos juntos, y cantaban una canción que decía: ‘Si tu madre es judía, tenés que matarla’”, resalta Felszer.


El antisemitismo en las FF.AA. no es una potestad ni de los militares que actuaron en Malvinas, ni en la última dictadura, sino que tiene antecedentes que la vinculan con los grupos nacionalistas y ciertos sectores retrógrados de la Iglesia Católica.


Diversos trabajos empíricos realizados entre 1964 y 1967 revelaron que el 78 por ciento de los militares encuestados consideraban que la ‘avaricia’ era un rasgo distintivo de los judíos (…) y ante la pregunta sobre cual grupo debía ser rechazado como candidato a la inmigración, entre los militares la respuesta abarcaba al 72 por ciento de los encuestados”, según el trabajo publicado en Estudios Migratorios Latinoamericanos, Numero 14, del año 1999, elaborado por los historiadores Cristian Buchrucker, Fabián Brown y Gladys Jozami.

Por eso, no es de extrañar la escasa o nula participación que tuvieron los judíos en la Justicia y la diplomacia, pero especialmente en las FF.AA., durante décadas.

El odio se manifestó abiertamente durante la dictadura en los Centros Clandestinos de Detención. Así lo refirió la ex detenida en el Pozo de Banfield, Perla Waserman; así lo recordó Adolfo Pérez Esquivel quien remarcó que en la Superintendencia de Seguridad Federal de la calle Moreno al 1400, donde estuvo detenido más de un mes, las paredes estaban pintadas con esvásticas.

Y así lo señaló ante la CONADEP Elena Alfaro, que estuvo en El Vesubio: “Si la vida en el campo era una pesadilla para cualquier detenido, la situación se agravaba para los judíos, que eran objeto de palizas permanentes y otras agresiones, a tal punto que muchos preferían ocultar su origen, diciendo, por ejemplo, que eran polacos católicos”.


En medio de ese clima y de la necesidad que sentían los soldados de tener un apoyo religioso, circuló entre las trincheras el rumor de que un rabino iba a cruzar a las Malvinas para darles apoyo espiritual.

“Había dos guerras: una con los milicos antisemitas, y otra con los ingleses. Me hubiera servido como apoyo para este golpe que tenía; hubiese sido importante psicológicamente. Era como decir: uno que está de nuestro lado, como si hubiera venido un familiar”, resalta Sigrid Kogan.

Silvio Katz concuerda. “Me hubiera ayudado el poder decirle a alguno de estos rabinos: atacan al judaísmo y me siento judío. Tenía la necesidad de hablar con alguien que me explicara por qué yo era una mierda para los demás, porque no tenía la explicación dentro mío”( ver http://anccom.sociales.uba.ar/2017/05/25/justicia-por-malvinas/ ).


EL DEBATE INTERNO DE LA COMUNIDAD JUDÍA FRENTE A MALVINAS


La comunidad judía argentina reaccionó de la misma forma que lo hicieron los demás sectores: primero se sorprendió, y luego colaboró tanto para juntar dinero para el Fondo Patriótico como para orar por el bienestar de los soldados (…) así se multiplicaron los actos de las entidades laicas, clubes y colegios, y en las sinagogas se pedía por la paz y el pronto regreso de los jóvenes que estaban en el frente.

El más destacado fue el que llevaron adelante el Club Náutico Hacoaj y la Sociedad Hebraica Argentina, en el Estadio Obras, el 17 de mayo, donde acudieron 5000 personas bajo el lema: “Malvinas Argentinas para siempre y en paz”, que fue conducido por Betty Elizalde, y del que participaron entre otros, Marcos Aguinis, Isidoro Blaisten, Gregorio Klimovsky, Santiago Kovadloff, Cipe Lincovsky, Rosa Rosen, Berta Singerman, Rudy Chernikoff, Norman Erlich, el ballet Salta y el Cuarteto Zupay.


“Llama poderosamente la atención -a propios y extraños- la profusa cantidad de actos que, en estos días de incertidumbre y expectativa para el destino de la argentinidad, vienen realizando las distintas instituciones judías para expresar su solidaridad activa con la lucha que libra nuestro país contra el colonialismo británico en el Atlántico sur”, señalaba el periódico Nueva Presencia en su edición del 28 de mayo de 1982.


Sin embargo, el odio antisemita de periodistas como Enrique Llamas de Madariaga, se expresó en su programa radial del 19 de abril (fecha del Levantamiento del Gueto de Varsovia), lo que motivó una respuesta de Nueva Presencia:

“A pesar de la nueva y torpe provocación del inefable Enrique Llamas de Madariaga, quien provocativamente inquirió  ‘¿Por qué todas las colectividades se han solidarizado con la recuperación de las Malvinas, menos la judía?’, la verdad efectiva es que los judíos vienen participando desde el vamos en las movilizaciones de apoyo a la reivindicación territorial iniciada el 2 de abril”.


El 5 de abril de 1982, la DAIA emitió un comunicado (tras consultar con sus pares de Inglaterra, como parte del Congreso Judío Mundial), en el que decía: “La colectividad judía del país celebra el momento histórico junto a los demás hijos de esta tierra (…) La Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas se suma a los demás sectores de la vida nacional en su adhesión profunda a la gesta del 2 de abril, que puso término a la búsqueda infructuosa de la reivindicación del territorio insular argentino”.

¿De donde surgió la idea de ayudar espiritualmente a los conscriptos judíos enviados a la guerra?

El rabino Marshall Meyer, fundador y máximo exponente del Movimiento Conservador (los no Ortodoxos) realizaba en su departamento de la calle Zapiola 1646 unas reuniones después del servicio de Shabat, donde se debatían temas de actualidad, entre los que nunca faltaban la política nacional y los derechos humanos. Sin embargo, el encuentro del 17 de abril fue totalmente diferente. Meyer, que había retornado al país unos días antes, planteó su posición de no dar apoyo al gobierno ya que lo consideraba una ‘estupidez’ y “que había que oponerse a la guerra, que solo servía para que los militares intentaran legitimarse en un momento en el que había comenzado su decadencia”.

Mario Ringler, por entonces presidente del Seminario Rabínico Latinoamericano, recuerda que Marshall decía: “¿Cómo no se dan cuenta de que los EE.UU. van a apoyar a Inglaterra y nunca a la Argentina? Esta es una cosa que sacaron de la galera para parar el problema del 30 de marzo”.

En seguida se formaron dos bandos, uno que seguía la postura de su rabino, y el otro que sostenía que había que apoyar la recuperación de las Malvinas, a pesar de estar en contra de la política represiva de la dictadura.

Baruj Plavnick, el rabino asistente de Meyer en la Comunidad Bet El, concuerda. “Ese sábado nos encontrábamos confundidos y en una situación paradojal porque, por un lado, teníamos este hecho demencial de un militar devenido en tirano, y una cuestión que para cualquier argentino, como yo, desde la infancia constituía uno de los emblemas de la argentinidad: las Malvinas”.


Entonces se produjo una discusión entre ambos religiosos sobre la postura que había que seguir adelante, ya que Meyer no lograba entender cómo podía estar apoyando una iniciativa del gobierno la misma persona que lo acompañaba a visitar a los presos políticos a las cárceles.

“Vos no entendés porque sos estadounidense, pero para un argentino que ha hecho la escuela primaria y secundaria, desde los seis años, las Malvinas son argentinas. En mi educación, eso no es discutible. Inglaterra no tiene nada que hacer ahí”, le respondió Plavnick. “Estos son asesinos, dictadores, violadores de los derechos humanos, unos animales, pero las Malvinas son nuestras y ellos no tienen por qué mandar una flota. Que se siga negociando. Lo hicieron durante 180 años con dominio británico, que continúen; ahora, con dominación argentina, a ver qué pasa”.



El Estado Mayor Conjunto, a cargo del vicealmirante Leopoldo Suárez del Cerro, autorizó el viaje de los capellanes judíos, que iban a partir el 12 de mayo. Uno solo iría a Malvinas. Los restantes serían destinados junto a las tropas desplegadas en Comodoro Rivadavia y Río Gallegos.


Plavnick abordó el vuelo 626 de Aerolíneas Argentinas rumbo a Comodoro Rivadavia, a primera hora del 12 de mayo, en el aeroparque Jorge Newbery. A despedirlo concurrieron el presidente de la AMIA, Alberto Crupnicoff, el de la DAIA, Mario Gorenstein, el del Seminario Rabínico Latinoamericano, Mario Ringler, el rabino Marshall Meyer y autoridades de la Comunidad Bet El, además de familiares y amigos.

El vuelo fue compartido con militares uniformados que viajaban hacia los lugares a los que habían sido destinados, y con las ventanillas cerradas para que la luz de la nave no delatara la presencia del avión ante la posibilidad de un ataque enemigo.

La llegada de Plavnick fue todo un evento en Comodoro Rivadavia, al punto que al día siguiente el coronel Esteban Solís, encargado del Departamento de Asuntos Civiles del Quinto Cuerpo del Ejército, había organizado una conferencia de prensa con todos los medios locales y nacionales acreditados en la zona.


Sin embargo, su arribo fue rechazado por algunos militares que no comprendían cual era la necesidad de que un rabino les diera asistencia espiritual a los soldados judíos, e intentaron dar marcha atrás con la orden que había llegado desde Buenos Aires. Uno de ellos fue el general de división Osvaldo García, quien era el comandante del Teatro de Operaciones Sur, y había sido el gobernador interino de las Malvinas, entre el 2 y el 7 de abril.


La notificación 5176/82 del Estado Mayor Conjunto, en la que se comunicaba que los religiosos iban rumbo al sur y que Baruj Plavnick viajaría a Malvinas, también fue recibida por el general de brigada Mario Benjamín Menéndez, gobernador de las islas Malvinas. Este, aprovechó una reunión con el general de brigada Oscar Jofre y todos los comandantes de unidades para informarles la novedad y pedirles que realizaran un censo para identificar dónde había soldados judíos, para juntarlos cuando arribara el rabino.


El teniente general (R) Martín Balza afirma “estuvimos de acuerdo, nos pareció una buena medida; así como había capellanes católicos, podía haber también judíos. Todos los jefes de unidades, menos uno, nos mostramos de acuerdo con la visita”. Balza no lo nombró pero se trataba del teniente coronel Mohamed Ali Seineldin, quien estaba al frente del Regimiento de Infantería Mecanizada 25, con asiento en Colonia Sarmiento, Chubut.


Plavnick nunca pudo llegar a las Malvinas por diversas razones pero, principalmente, porque el avión de la Cruz Roja Internacional que tenía que transportarlo junto con los miembros del organismo, jamás logró despegar de Comodoro Rivadavia. La entidad le había solicitado a la Cancillería la posibilidad de enviar una misión especial a la Patagonia y las Malvinas, para verificar que se estuvieran tomando las medidas correctas con la población civil en las zonas afectadas por la guerra, al igual que con los kelpers en las islas…aunque la Cruz Roja nunca supo que los rabinos viajarían con ellos.


El brigadier Ernesto Crespo, jefe de la Fuerza Aérea Sur planteó a la Cruz Roja que sería muy difícil utilizar uno de sus aviones para trasladar civiles, arriesgando la vida de los pilotos. Prefería correr ese riesgo para llevar provisiones y armamentos.

Para esa fecha, ya estaba vigente la zona de exclusión que habían impuesto los británicos alrededor de las islas, por lo que cualquier buque o aeronave que intentara acercarse podía ser hundido o derribado. Los Lockeed Hércules C-130 argentinos los desafiaron, por lo que siguieron llegando periódicamente a Malvinas, volando casi al ras del agua en medio de la noche, hasta el día de la rendición.

“Hubo aviones que tuvieron que volver, porque no podían llegar ya que estaban atacando el aeródromo. Aterrizaban mientras había cañonazos y tiros de todos los colores. Íbamos de noche en vuelo rasante y si nos encontrábamos con un barco, lo saltábamos y seguíamos. Las posibilidades de llegar eran de entre el uno y el tres por ciento”, detalla Crespo.


Lo que solicitaba la Cruz Roja era que la Fuerza Aérea dispusiera de un avión de transporte en el que su gente pudiera trasladarse a Malvinas junto con el equipamiento y medicamentos que habían traído desde Suiza. Para eso precisaban la matrícula de la aeronave que utilizarían, el día y la hora en el que se realizaría el traslado, para suministrárselo a los ingleses, y así, conseguir un corredor seguro. Nadie se los daba.

Crespo descartaba esta posibilidad porque se negaba a informarles a los británicos que un avión argentina iba a cruzar, pues temía que lo derribaran. “No le íbamos a pedir permiso a los ingleses para cruzar”.

Pero a su vez, si la aeronave hubiera cruzado a Malvinas, eso implicaría que el aeropuerto de Puerto Argentino estaba funcionando, cosa que tanto desde las islas como desde el continente sostenían lo contrario para evitar nuevos ataques de los ingleses… La respuesta que Crespo le daba al organismo era siempre la misma: “La pista no está operativa, por los bombardeos ingleses”.


Más allá de estas excusas, Crespo tenía la autoridad como para subir a los miembros de la Cruz Roja a cualquier avión argentino que volaba a las Malvinas periódicamente con armamentos, sin necesidad de que fuera uno exclusivo para la organización.

Esto no hizo más que levantar sospechas entre los miembros del organismo y los rabinos, que temían que la verdadera razón por la que no querían que cruzara alguien que no fuera militar, era que pudiera contar lo que se estaba viviendo en las Malvinas: el hambre, el maltrato y el frío, entre otros.

El Estado Mayor Conjunto ya tenía claro, en Buenos Aires, el 17 de mayo, que la aeronave de la Cruz Roja Internacional nunca viajaría a Malvinas, aunque sus miembros permanecieron en Comodoro Rivadavia hasta los primeros días de junio. Finalmente cruzaron desde Montevideo, y llegaron el día de la rendición argentina.

El vicealmirante Suarez del Cerro convocó a la DAIA para informarles que no cruzaría el rabino designado, y que el destino final de él sería Comodoro; Efraín Dines viajaría a Trelew-Rawson y Tzvi Grunblatt a Río Gallegos.


EL RETORNO DE MALVINAS

La rendición provocó un sentimiento enfrentado entre los soldados: frustración por la derrota y alegría de haber terminado más de dos meses de padecimientos, angustias y dolor por la muerte de sus compañeros.

La recepción que tuvieron en el país, ni bien los ingleses los trasladaron al continente fue decepcionante, y sin que lo supieran, sería un preámbulo de lo que vivirían en las décadas siguientes. La mayoría fue trasladada directamente en avión hasta el aeropuerto militar más cercano, a las ciudades donde se encontraban sus regimientos, y de allí, en micros con las ventanas tapadas. Querían ocultar la realidad de la guerra de alguna forma.

Permanecieron encerrados mientras les hacían una revisión médica y les daban de comer, para que recuperaran el peso que habían perdido en las Malvinas, antes de darlos de baja y regresarlos a sus hogares. Silvio Katz recuerda “de tanta comida que me trajeron, me agarró una diarrea que me duró como un mes, y me mandaron a un centro de rehabilitación cerca de Campo de Mayo. No me dejaban ir porque me dieron una planilla donde decía que no había pasado nada en la guerra, que nos habían tratado bárbaro, y no la quise firmar. Me dijeron que no iba a salir más de ahí; me tuvieron diez días alimentándome, hasta que se cansaron y me largaron”.

Algo similar vivió Mario Eskenazi, “estuvimos dos días en Campo de Mayo, donde nos bañaron, nos cambiaron la ropa y nos dieron de comer. La comida la volcábamos, no la queríamos. Habló un general y lo puteábamos, había muchos soldados que estábamos zarpados, ya no respetábamos nada. Queríamos irnos a casa, parecíamos linyeras”, señala.

Incluso los hicieron firmar documentos en los que les prohibían contar lo que habían vivido en la guerra, ni siquiera a sus familias.

Este silencio se mantuvo por décadas, hasta que los propios conscriptos decidieron que ya había pasado suficiente tiempo como para que se conociera la verdad, aunque en muchos casos, el trauma padecido también les hacia imposible hablar del tema en púbico.

Pero el golpe más fuerte que sufrieron los soldados fue el que les asestó la sociedad argentina. Nadie les daba trabajo: eran los “locos de Malvinas”, algo que ha provocado más muertes, por suicidios, de las que se produjeron en los combates.


“Cuando salí del Regimiento de La Tablada, me tomé el 180 para Capital, que pasaba por la puerta”, relata Eskenazi. “Estaba vestido de combate, y sin un peso. Cuando subí al colectivo, puse un pie en el estribo, me agarré del pasamano y le dije al conductor ‘¿me llevás? Recién volví de Malvinas’. Me miró con desprecio y me respondió: ‘Por esta vez, sí’. Le enfoque la cara como para matarlo a trompadas. Pensé: ‘Te estuve defendiendo a vos, a tus hijos, a tus amigos, a todos, ¡¿y me tratas así?!”


Las entidades centrales de la comunidad judía fueron consecuentes con la actitud que tuvo la sociedad argentina, aunque apenas unas semanas atrás habían estado gestionando el envío de rabinos para prestarles asistencia espiritual. Esto provocó un dolor aun mayor entre los ex combatientes.


“La DAIA nunca hizo nada, y la AMIA tampoco. Ellos ni se calentaron en saber cuántos soldados de la colectividad fueron a Malvinas. Cuando volvimos no nos dieron más bola, nunca. No me ayudaron en nada”, declaró Marcelo Eddi. Y otro ex combatiente, Marcelo Lapajufker, remata “cobro una pensión todos los meses, pero no es suficiente, porque a todos los que fuimos se nos quitó la juventud”.


Edición: Darío Bursztyn

Todo el texto es original del libro «Los rabinos de Malvinas», de Hernán Dobry – Editorial Vergara – 2012

* Dobry aclara en página 25: «El término israelita es sinónimo de judío en la acepción de profesar la Ley de Moisés (no así israelí), y de esta forma será utilizado en el libro»

Las imágenes son del archivo de www.purochamuyo.com, a excepción del Cenotafio de Plaza San Martín, de Buenos Aires, publicada en la página del GCBA, y la ceremonia de Shabat, publicada por el diario La Voz del Interior, de Córdoba

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4 comentarios

  1. Excelente artículo, algo sabía del maltrato a los judíos en Malvinas, pero no en detalle, si sabía de lo que le hicieron a los soldados en general. Lo viví en carne propia. Soy Verano de Guerra Continental, durante la guerra estuve en Tierra del Fuego. Gracias x está nota.

    1. Agustín: todos los soldados que fueron a Malvinas son nuestros héroes, porque pusieron el cuerpo y soporaron todo. Tu lectura y comentario nos enorgullece.

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