LIBROS: LA NATURALEZA NO EXISTE

La naturaleza no es un campo neutro sino un nudo de conflictos sociales irreductibles.

El libro de Razmig KeucheyanLa naturaleza es un campo de batalla” intenta deconstruir el discurso dominante de la ecología política, y analiza el rol de la ecología en la actual reorganización del capitalismo. Entendiendo el ambiente como un lugar atravesado por diversas relaciones de dominación, Razmig Keucheyan intenta elaborar una concepción de la naturaleza reutilizando algunas problemáticas provenientes de la teoría marxiana. Eso es lo que examina Paul Guilibert en este artículo: el concepto de naturaleza.


Los partidos ecologistas europeos y las organizaciones no gubernamentales de América del Norte, desde Nicolás Hulot (1) a Dipesh Chakrabarty (2), y la ortodoxia ecologista sostienen que la superación de la crisis ambiental tiene como presupuesto renunciar -al menos provisoriamente- a las diferencias ideológicas y a los conflictos políticos. ¿Qué dice Razmig Keucheyan en su último libro? Asume el punto de vista opuesto a este ‘consenso cómodo, que sostiene que para resolver el problema del cambio climático, la humanidad debe superar sus divisiones’. El objetivo del libro es desbaratar la pertinaz idea de que la preservación de la naturaleza interrumpiría la lucha de clases, de raza y de género. Numerosos autores afirman la necesidad de poner en un segundo plano la lucha de clases, las luchas antirracistas y la agenda feminista, y ceder a la urgencia ecológica: Keucheyan demuestra lo contrario. La lucha ambiental no es neutra: existe una ‘ecología blanca’ y una ‘ecología no-blanca’. La ecología puede ser racista y favorecer la reproducción ampliada del capital.

Razmig Keycheyan - Profesor Universidad Sorbona- París
Razmig Keucheyan – Profesor Universidad Sorbona- París

El autor se propone recapitular el modo en el que la crisis ambiental crece y revela las desigualdades sociales y raciales, y luego mostrar las dos tendencias gracias a las cuales el capitalismo supera esta crisis: la financiarización de la naturaleza a través de la aseguración de los riesgos climáticos, y la militarización de la ecología.

Intentaremos reconstruir las dos tesis del libro. La primera, postula que ‘la naturaleza es hoy objeto de una estrategia de acumulación’ con la intención de transformarla -a través de las finanzas y la madeja de las aseguradoras- en una mercancía inmediatamente apropiable por parte de los capitalistas. La segunda tesis es que esta estrategia de acumulación supone y produce el concepto abstracto de naturaleza ‘esencial’, o sea, una entidad externa al Hombre, e independiente de él.


El autor define a la naturaleza como una ‘abstracción real’, un concepto central en el libro. Hay que decir que si la naturaleza es un campo de batalla, queda implícito que no solo se mercantiliza por la acción de las finanzas sino que hay una ideología ecologista que esconde las relaciones de producción.

El interés teórico del libro (3) reside en el hecho de que puede leerse una crítica de la ecología dominante, a partir de una descripción de la mercantilización de la naturaleza por parte de las finanzas. La idea de ‘preservación de la naturaleza’ presupone la existencia de un mundo no-humano distinto del mundo humano. La crítica entonces intentará deconstruir el concepto de una naturaleza salvaje, sin historia, externa a la sociedad (4), y que puede ser dominada: un concepto fetichista y sustancialista de la naturaleza. La crítica de la idea de naturaleza, sin embargo, colisiona con los problemas de la economía en este ensayo.

Veamos. La tradición marxista en la cual el autor se reconoce ha presupuesto siempre la existencia de una naturaleza externa al Hombre. Esto no se basa en un naturalismo clandestino sino en la centralidad de la producción y del trabajo en las relaciones metabólicas entre sociedad y naturaleza.


“El trabajo es en primer lugar un proceso que se produce entre el hombre y la naturaleza, un proceso en el cual el hombre regula y controla su metabolismo con la naturaleza a través de la mediación de su propia acción” (5)


El proceso del trabajo presupone la existencia de un sustrato natural, que las sociedades transforman para producir los objetos al mismo tiempo que sus propias condiciones materiales de existencia. La crisis ecológica sería así la consecuencia de una perturbación en los intercambios materiales entre la sociedad y su ambiente, que deriva del modo de producción capitalista. La explotación de la naturaleza en la sociedad capitalista se caracterizaría entonces por una ‘ruptura en el intercambio metabólico entre la sociedad y la naturaleza’ (6). La existencia de una naturaleza material es, de esta manera, la condición de posibilidad de una crítica de la explotación capitalista del ambiente. Por un lado, la naturaleza es un campo de batalla que presenta una deconstrucción original del concepto de naturaleza a partir de la idea de ‘una abstracción real’. Pero la crítica de la explotación del ambiente a partir de un análisis de la producción está totalmente ausente en el libro.

En consecuencia, se plantea la cuestión del objeto específico de este ensayo de teoría crítica. Dado que sin un concepto materialista de la naturaleza la crítica de la explotación de la naturaleza aparece imposible, hay que interrogarse sobre cuál es entonces el objeto que este ensayo quiere criticar. Razmig Keucheyan intenta describir la mercantilización de la naturaleza por parte de las finanzas, y la ideología naturalista conexa a esta mercantilización. Por lo tanto, la ausencia de distinción entre las diferentes concepciones de la naturaleza lleva al lector a perder de vista qué es lo que se define como ‘naturaleza’. Incluso podría preguntarse si deconstruir este concepto sin distinguir la naturaleza sustancial de la naturaleza material, la obra del sociólogo francés no corre el riesgo de minar los fundamentos de una crítica materialista de la explotación del ambiente.


Nuestra hipótesis es la siguiente: la deconstrucción materialista del concepto de naturaleza permite tomar en consideración una crítica de la ideología ecologista. Permite, además, discutir las posiciones constructivistas de Bruno Latour y de Philippe Descola (7). Pero la ausencia de una distinción entre un concepto materialista y un concepto fetichista o sustancialista de la naturaleza, induce a veces a una indeterminación del objeto mismo del libro: ¿se trata de una crítica de la ideología naturalista o de una crítica de la explotación de la naturaleza? Nuestra propuesta es leer “La naturaleza es un campo de batalla” a partir de esta tensión, y a través de las explicaciones del concepto de naturaleza que el libro presupone.


LUCHAS AMBIENTALES Y DERECHOS CIVILES. ¿CUÁL ESTRATEGIA PARA UNA ECOLOGÍA RADICAL?


Es necesario partir del ejemplo central de la primera parte: el movimiento por la ‘justicia ambiental’. Su función es mostrar que “la raza es (…) un factor explicativo de la localización de los desechos tóxicos en los Estados Unidos” (p.20). El movimiento americano por la ‘justicia ambiental’ nació en el Condado de Warren, en el noreste de Carolina del Norte, en 1982. Esta movilización enfrentó a los negros pobres de la ciudad de Warrenton con el municipio que había decidido tirar los residuos de una sustancia muy cancerígena en un terreno próximo a la ciudad. El movimiento por la justicia ambiental tenía como particularidad ver las desigualdades ecológicas a la luz de las cuestiones raciales. El ejemplo le interesa al autor del libro porque “pone en evidencia las injusticias raciales y sociales que subyacen en la gestión de los residuos tóxicos” (p.20). Son los negros, en efecto, quienes más sufren las consecuencias negativas de la producción industrial.

Barrios inundados- Huracán Katrina- EE.UU. - 2005
Barrios inundados- Huracán Katrina- EE.UU.- 2005

El huracán Katrina (pag. 25 a 28) o la explosión de la fábrica AZF en Toulouse, Francia, en 2001 (pag. 48-49) testimonian también el hecho de que las catástrofes socio-ecológicas impactan sobre todo a las zonas urbanas ocupadas por la población no-blanca pobre. La reparación de los riesgos socio-ecológicos es, en consecuencia, profundamente inequitativa. La ecología no atraviesa la barrera de las divisiones sociales y raciales: “el color de la ideología no es el verde, sino el blanco” (p.24). Es fundamental esta lección que Razmig Keucheyan extrae del movimiento por la ‘justicia ambiental’.

Este movimiento se concentró a comienzos de los años 80 en torno al reparto socio-espacial de la desigualdad ecológica. Citando a Laura Pulido, el autor muestra que este movimiento concentró sus luchas en la “sedimentación espacial de las desigualdades raciales” (8). Es interesante constatar que el movimiento por la ‘justicia climática’ más reciente y más internacional, sólo es citado brevemente al inicio del primer capítulo, aunque este movimiento, como otros importantes movimientos ecologistas radicales contemporáneos, basa su existencia en el ‘intercambio inequitativo’ entre los países centrales y los periféricos. El “intercambio ecológico desigual” designa la extracción de los recursos naturales de los países periféricos hacia los países centrales, y consiste en términos de Alf Hornborg en una “apropiación espacio-temporal” (9): una apropiación del espacio cultivable de los países periféricos y del tiempo de trabajo de los colonizados. Ese intercambio desigual justificaría el reconocimiento de un “débito ecológico” de los países del Norte hacia los países del Sur. Este movimiento, contrariamente al ‘movimiento por la justicia ambiental’ que se concentra en la distribución socio-espacial de las desigualdades ecológicas, sostiene que la producción de inequidades ambientales a escala global debe ser el foco de las luchas ecologistas.

El estudio del “racismo ambiental” y del movimiento de la justicia ambiental que ocupa toda la primera parte del libro permite mostrar que las desigualdades ecológicas coinciden con las desigualdades socio-raciales y que las luchas ecológicas no pueden abstraerse de esto.


“El movimiento por la justicia ambiental no nació del movimiento ecologista que surge en los años 50, ni del movimiento ambientalista que emerge en siglo XIX, sino del movimiento por los derechos civiles” (p.18).


La ecología política que se abstrae de las relaciones de producción es una ecología política al servicio de los dominadores. En consecuencia, la primera parte del libro responde perfectamente al objetivo que se fijó: demostrar que la ecología política está estructurada en los conflictos sociales, en los temas de raza y de clase. Pero si la elección de este ejemplo pone el acento en la ‘intersticionalidad’ de las luchas, está oponiéndole la cuestión de la autonomía de las luchas ecologistas. Si una lucha ecologista es radical solo a condición de “encontrar” otras luchas (digamos, la batalla por los derechos civiles), hay que hacerse la pregunta sobre si las reivindicaciones estrictamente ecológicas tienen alguna autonomía. Se trata, finalmente, de interrogarse por el objeto específico de la ecología política.


EL OBJETO DE LA ECOLOGÍA POLÍTICA


¿Cuál es? (10) El asunto parece tener una respuesta obvia: estudiar y preservar la ‘naturaleza’. Sin embargo, como demuestra Razmig Keucheyan haciendo uso de cierto número de historias ambientales (11), esta respuesta está lejos de ser evidente. Evocamos el Althusser de “Para leer El Capital”, en aquello de que la idea de “leer (…) en filosofía, es exactamente poner en discusión el objeto específico de un discurso específico, y la relación específica de ese discurso con su objeto”. Para responder a la pregunta tomaremos en consideración diferentes objetos que en la ecología política constituyen discursos diferentes. De este modo, en el libro “La naturaleza es un campo de batalla”, se pueden aislar tres objetivos de la ecología política que constituyen tres aproximaciones diferentes (12).

La que definiremos como ambientalista toma como objeto la ‘naturaleza’, incluyendo un conjunto de seres no-humanos. Esta concepción viene del siglo XIX tanto de los imperios coloniales ingleses y franceses como de las organizaciones no gubernamentales norteamericanas. Eso es lo que harán grupos ambientalistas como el WWF o el Sierra Club (organizaciones cuya misión es “explorar, apreciar y proteger los lugares salvajes del planeta”) (13). Estas organizaciones rechazan llamar como ‘ecologistas’ las luchas cuyo teatro no sea una naturaleza salvaje fantástica (wilderness). La separación que establecen entre problemas ecológicos y cuestiones sociales, les permite esconder la naturaleza capitalista de la crisis ambiental. En cualquier caso, se trata de preservar y proteger una naturaleza ‘virgen’ o ‘selvática’ sustrayéndola de las prácticas supuestamente bárbaras y destructivas de la población local. Este preservacionismo ha acompañado siempre las prácticas colonial-imperialistas de los Estados del capitalismo central.

La aproximación marxista se concentra en las relaciones metabólicas entre la sociedad y la naturaleza con el fin de proponer una crítica del productivismo capitalista y asegurar la sustentabilidad del suelo. Como recientemente recordó John Bellamy Foster (14), el objeto de la ecología política marxista es el análisis de la “ruptura del cambio metabólico entre sociedad y naturaleza”. Marx ha constatado en El Capital que este fenómeno va acompañado del desarrollo del capitalismo en la sociedad industrial (15). La concentración de la población en la ciudad tras la concentración de las tierras en el curso de la acumulación original, y el aumento de la población que le acompaña, tiene como corolario una creciente demanda de bienes agrícolas. El aumento de la productividad agrícola lleva a un empobrecimiento del suelo que se compensa por medio de importaciones masivas de fertilizantes naturales. Y precisamente este fenómeno es el que permite ilustrar el “cambio ecológico desigual”.

La aproximación pragmática o constructivista asume como objeto las diferentes construcciones de la relación humano/no-humano para poner en discusión la persistencia de tales distinciones con el fin de integrar el conjunto de los seres en una misma cosmología. De este modo, tanto la política de la naturaleza de Bruno Latour como la antropología de la naturaleza de Philippe Descola (16) se proponen deconstruir el objeto de la ecología política. Emilie Hache, en la introducción al libro “Ecología política: Cosmo, Comunidad, ambiente” explica con una excelente síntesis estas posiciones: “Lejos del ser universal, lo que tiene que ver con la ecología implica concesiones del mundo que exigen -a menos que no sean una forma de imperialismo que habla en su nombre- ser explicitadas y problematizadas tanto como los modos de relacionarse con ella” (17). La ecología no se refiere en absoluto a “mundos no humanos” sino a la “coexistencia posible entre seres heterogéneos, humanos y no humanos, en un mundo finito” (18).


¿A qué ecología política se remite el libro de Razmig Keucheyan y cuál es su objeto específico?


Obviamente no hay necesidad de demostrar que se corre del enfoque que hemos definido como ‘ambientalista’. Todo el libro está construido como una crítica del “econonacionalismo” de los imperios coloniales, de las organizaciones no gubernamentales y de los estados emergentes (como la India o como China, por ejemplo). Al contrario, la obra se presenta a sí misma como un ensayo de ecología política marxista. El capítulo titulado “Las desigualdades ecológicas: una aproximación marxista”, afirma que:


“La brújula marxista que utilizamos aquí busca en cada circunstancia las huellas y los efectos de la lógica del capital y de la lucha de clases, y entonces tiene una primacía este factor”. (p.42)


Sin embargo, el objeto de “La Naturaleza es un campo de batalla” no es analizar las relaciones metabólicas entre los hombres y la naturaleza, lo que requeriría por un lado un análisis de la producción capitalista y por otro un análisis de la ruptura del metabolismo a escala mundial (19). El autor no enfrenta ninguna de estas dos cuestiones, al contrario. Un cierto número de elementos parecieran mostrar que la metodología marxista que aplica no es compatible con una aproximación pragmatista o constructivista. En varias ocasiones, evoca la posibilidad de que el concepto de naturaleza sea una construcción occidental ‘Weltanschauung’ que servía para justificar las prácticas coloniales e imperiales de los países del centro del capitalismo. “En el siglo XIX, Francia es también el lugar de una construcción social y colonial de la naturaleza” (p.54). Así, el autor se refiere a la sociología de Bruno Latour y en particular a su libro “Política de la naturaleza” (20) que propone una deconstrucción del concepto de naturaleza. Inmediatamente, Keucheyan subraya con razón que se trata -a pesar de su pretensión- de una sociología apolítica en la medida en que no considera nunca la conflictividad de las relaciones de producción.


“La epistemología ‘pragmatista’ de la cual procede la mayor parte de este trabajo no está en condiciones de explicar el carácter sistémico y conflictual de las desigualdades ambientales. ¿A qué objetivos políticos satisface una gran división entre Naturaleza y Cultura? ¿En qué se conecta a la lógica del capital, de la lucha de clases o de la forma del estado moderno? ¿En que medida el imperialismo y el colonialismo han influido en ese proceso? (…) La visión marxista, como hacemos nosotros, presupone ‘conectar’ una teoría del capitalismo y sus efectos para todas las esferas de la vida social” (p. 43)


La tensión entre constructivismo y materialismo es central a fin de captar el despliegue de la problemática de este ensayo. Para comprender el tipo de ecología política puesta en acto, hace falta intentar definir el concepto de naturaleza que propone.

La naturaleza, puesta en juego de la lucha o construcción ideológica

En el libro se encuentran más definiciones que compiten entre sí por el concepto de naturaleza. En primer lugar, la naturaleza sería un ‘dimensión de las luchas’ (p. 14, 42). En segundo lugar, la naturaleza sería una ‘construcción’ ideológica (p. 54, 200). En tercer lugar, la naturaleza sería una ‘abstracción real’ (p. 81 y p. 108 a 111)

  • La naturaleza como ‘dimensión de las luchas’

“El entrecruzamiento entre la clase, la raza y el género debe completarse con una cuarta dimensión que viene a complejizar -al mismo tiempo- aquello que ya es complejo con tres dimensiones: la naturaleza. Esta posee una ontología (política) altamente problemática, concebible solamente en una relación dialéctica con las otras tres” (p. 42)

Al afirmar esto, se presume que la lucha ecologista no tiene autonomía alguna. Dependería de las relaciones de dominación a las que sirve o de las que se sirve. Esta afirmación es coherente con la idea que no existe una sola ecología o una sola lucha por el ambiente, sino que la ecología política se construye en las luchas sociales en las que se moviliza. ¿Esto significa que la clase, la raza y el género -así como la naturaleza- existen solamente en una relación dialéctica con las otras tres ‘dimensiones’ de las relaciones sociales? ¿O acaso significa que la naturaleza, contrariamente a la clase, a la raza y al género no es una relación social? En suma, ¿la naturaleza es una relación social y una dimensión de todas las relaciones sociales?

La clase, la raza y el género designan relaciones sociales de producción o de reproducción. En otras palabras, las relaciones entre grupos humanos (por naturaleza socializados) entre burgueses y proletarios, entre blancos y no blancos, entre hombres y mujeres. Ahora bien, la naturaleza no se refiere en absoluto a una relación entre diferentes grupos humanos. Al contrario, introduce una relación entre humano y no-humano. ¿Se trata de una relación social? Una respuesta positiva, de tipo pragmatista, supondría que la división entre humano y no-humano no coincide con la división entre sociedad y naturaleza. Una respuesta marxista sería indudablemente negativa: afirmaría más bien que la naturaleza interviene como un presupuesto que se encuentra al inicio del proceso de producción. La naturaleza intervendría como el presupuesto de cada relación social. La primera definición de naturaleza que sostiene el autor es entonces problemática, en tanto que parece dudar entre dos concepciones que se contraponen. La segunda definición pareciera proponder a favorecer el pragmatismo.

  • La naturaleza como construcción ideológica

“En el siglo XIX, Francia es también el lugar de una construcción social y colonial de la naturaleza (p. 54). No obstante, el Estado capitalista tiene como función (…) construir la naturaleza” (p. 200)

La tesis por la cual la naturaleza sería ‘construida’ es, ante todo, una tesis pragmatista o constructivista. La idea de una naturaleza entendida como entidad “de la cual el hombre se retira y construye un puro mundo de objetos (21)” y que sirve como gestor del dominio imperial funciona conforme a la construcción del mito de la naturaleza selvática (wilderness) americana, y la de ‘naturaleza purificada’ (p. 57) de los imperios coloniales. La deconstrucción del concepto de Naturaleza permite así no solo luchar contra el etnocentrismo clandestino de la antropología (22) sino también contra la ideología imperialista de la preservación de la naturaleza. Sin embargo, existe un sustrato material de producción y reproducción, un dato sobre el cual el hombre tiene agencia, actúa. No es necesario considerar esta naturaleza como originaria pero sí considerarla, al menos analíticamente, que lo que el productor debe afrontar es un dato natural:


“Antes de cada una de sus intervenciones, el hombre encuentra el objeto universal de su trabajo en la tierra (y desde el punto de vista económico, el agua), que es su proveedor original de alimentos, de medios de subsistencia completamente disponibles(23)


Desde el punto de vista del proceso laboral, y en consecuencia, del punto de vista de la producción, existe siempre un dato transformado a través del trabajo. La naturaleza designa este dato, objeto del trabajo. Que esta naturaleza sea ella misma un producto del trabajo social precedente no cambia nada (24). La naturaleza, entonces, no designa una sustancia o una realidad exterior e independiente a la sociedad. Es lo que es en el proceso de producción. El concepto de una naturaleza material, sustrato analítico de la producción, es la condición de posibilidad de una crítica de la explotación de la naturaleza en el capitalismo. ¿Cómo se articula en el libro la crítica de la explotación de la naturaleza y la crítica del concepto sustancialista de la naturaleza (en otras palabras, la crítica ontológica y la crítica ideológica)? A esa pregunta el autor pareciera responder con que la naturaleza es una “abstracción real”.

La naturaleza como abstracción real: el constructivismo a prueba de la crítica

Keucheyan plantea la hipótesis que la financiarización de la naturaleza consiste en un fenómeno de “abstracción-intercambio” (25) por el cual la naturaleza deviene una ‘abstracción real’. Para entender esta particular definición debemos hacer una doble desviación: por un lado hacia la idea de abstracción real tal como la define Alfred Sohn-Rethel, y por el otro hacia el proceso de financiarización de la naturaleza.

La ‘abstracción real’ designa una abstracción que resulta de un proceso socio-histórico y no de un proceso mental. Esta abstracción se concretaría en el intercambio de mercaderías en tanto que supone, en una manera provisoria, la suspensión del uso de la mercancía cambiada: la mercancía es el objeto de cambio en la medida en que su valor de uso sea provisoriamente abstracto. ¿En qué se aplica este análisis a la naturaleza?

Responder a una pregunta semejante presupone el estudio del mecanismo de la financiarización de la naturaleza propiamente dicha.

En el sector asegurador clásico, se aplica la ley de los grandes números la que permite prever la cantidad y la frecuencia de la aparición de riesgos a indemnizar. Pero según el autor, he ahí una de las llaves para comprender las ‘finanzas ambientales’. Los riesgos climáticos impiden que se aplique la ley de los grandes números por las incertidumbres, a veces enormes, que emergen en cualquier región geográfica. Las catástrofes climáticas pueden causar la quiebra de grandes compañías de seguros. De ahí que la constitución de ‘la aseguración de la aseguración’ o el reaseguro acompaña el desarrollo del capitalismo moderno. Esto es lo que permite tanto encontrar una contratendencia a la baja de la tasa de ganancia como las oportunidades extremadamente redituables que permiten limitar las pérdidas financieras en el curso de las distribuciones provocadas por las guerras, las catástrofes naturales o el terrorismo.

Para obviar los crecientes riesgos en materia de aseguración de los riesgos climáticos, las compañías aseguradoras se han cartelizado, es decir, han establecido la financiarización de las aseguraciones. La tesis del segundo capítulo es que la financiarización de las aseguraciones climáticas corresponden a un proceso de “acumulación por medio de la expropiación” (26) por parte del nuevo orden, que se apropia de bienes que hasta el momento no eran redituables: los bienes naturales.


Los ‘bonos cat’, los bonos catástrofe, son un nuevo mecanismo de aseguración que permite dispersar los riesgos naturales en el espacio y en el tiempo.


Este producto financiero derivado permite a las compañías aseguradoras y de reaseguros sostenerse a través de terceros, frente a los riesgos ligados a catástrofes naturales. En el caso de un desastre, el poseedor de un título pierde parte o todos los intereses. Los ‘cat bonds’ no aplican solamente a las catástrofes naturales. Venimos a descubrir que algunas compañías como Swiss Re o Axa han instituido dos programas de cartelizaciones («Vita Capital IV Ltd” para la Swiss Re) que les permiten recibir hasta 2 mil millones de dólares de resarcimiento por exceso de mortalidad en caso de verificarse algunos tipos de enfermedad.

Ahora bien, el desarrollo de una ‘finanza de la catástrofe’ tiene como corolario el desarrollo de una modelización de la naturaleza, llevada a cabo por grandes agencias de modelización del tipo Applied Insurance Research, Equecat, Risk Managment Solutions. La naturaleza deviene una abstracción real, o sea, una abstracción que ‘no se basa más en el pensamiento’ (27) en la medida en que la modelización -proceso de abstracción matemática-, la transforma en bien de cambio. Esta “mercantilización a través de la modelización” (28) se hace en tres etapas (p. 111): construir el objeto delimitando sus límites “desencastrar el objeto, aislarlo de sus relaciones con el contexto” (p. 111) y establecer una previsibilidad generalizada. Este mecanismo está perfectamente ilustrado en el mercado de los derechos a la contaminación. El Estado o las autoridades nacionales (o trasnacionales) fijan los límites de emisión de lo Co2 inferiores a las emisiones pasadas. Si una empresa lo supera, pagará la diferencia. Este esquema presupone la construcción, el desencastramiento y la previsibilidad de un objeto (la tonelada de carbono). Las organizaciones internacionales como la OIT o el Programa Mundial de Alimentos llevan adelante políticas de ‘financiarización de la vida cotidiana’ del mismo tipo, sobre todo con las intermediaciones de micro-aseguradoras. Esta hipótesis parece sugerir que la financiarización (es decir, el intercambio en el mercado de productos derivados) y la modelización constituyen los momentos del proceso de abstracción-intercambio.

Pero, sin embargo, la modelización matemática de la naturaleza no es una abstracción que “escapa al pensamiento”. La modelización matemática corresponde, por el contrario, al momento de la idealización de la abstracción. Por eso no sería necesario afirmar que la naturaleza “corresponde” a un proceso de abstracción real, sino que el concepto fetichista de la naturaleza deriva de una doble abstracción, real e ideal, producto de la financiarización del ambiente y de la modelización de la naturaleza. En ese sentido, la hipótesis del autor pareciera confirmar y completar (a nivel de institución teórica ahí donde la obra del filósofo francés lo pone en el nivel de exigencia filosófica) la obra de Sohn-Rethel:


“¿Cuál es entonces el origen de conceptos fetichistas tales como “sujeto cognitivo”, “el universal”, “el espíritu”, “la naturaleza” de los cuales el Hombre se retira y hace un puro “mundo de objetos”, y otros conceptos del mismo tipo, que proveen el material necesario a un mundo poblado de puros intelectos”? La explicación está en esta verdad que repetimos, según la cual son las categorías del intelecto independientes las que constituyen las funciones de síntesis sociales a través de las cuales una sociedad productora de mercaderías forma un vínculo coherente” (28)


En otras palabras, entre los conceptos fetichistas, el de naturaleza sería un producto del proceso de abstracción y tienen el mismo valor de las categorías kantianas: aseguran la síntesis. Ahí donde los puros conceptos de la comprensión son, en Kant, reglas de síntesis de las diversas intuiciones en objetos, los conceptos fetichistas -entre los cuales, en primer lugar se encuentra la naturaleza- expresarían las reglas que permiten asegurar el entramado social. El concepto fetichista de naturaleza nos llevaría, entonces, a un “puro mundo de objetos” (29) cuyo origen social permence abstracto.

¿Qué sentido tiene este estudio del concepto de naturaleza desarrollado a partir del análisis de Sohn-Rethel?

Por un lado permite describir el proceso real por el cual la naturaleza es transformada y mercantilizada a través de las finanzas. Por el otro, permite pensar el origen material del concepto sustancialista de naturaleza tal como se utiliza en la ecología dominante, así como por parte de los defensores de la naturaleza salvaje. Sería necesario, entonces, distinguir dos conceptos de naturaleza. El primero designa el conjunto de los procesos materiales, sean los humanos y los no-humanos (30). Una segunda acepción sería que la ‘naturaleza’ es un concepto fetichista, producto de la abstracción-intercambio (incluido el intercambio de títulos en el mercado financiero). Esta tesis invita a pensar que la naturaleza como entidad o como sustancia existe solo en la medida en que es producida en el intercambio capitalista.

De esta forma, la definición de naturaleza como abstracción real permite comenzar una discusión a partir de la sociología pragmatista de Bruno Latour o de la antropología de la naturaleza de Philippe Descola. Permite determinar el origen económico material del concepto fetichista de naturaleza que el pragmatismo pretende deconstruir. El hecho de que el concepto sustancialista de naturaleza, presupuesto de la ecología dominante, sea una construcción de la Weltanschauung occidental que permite justificar la opresión colonial, es una tesis compartida por algunos pragmatistas (31), y por la sociología marxista. Por el contrario, la idea que esta construcción ideológica deriva del intercambio de mercancías capitalista -o sea, que la idea que el concepto sustancialista de naturaleza sea el producto de la materialidad de las relaciones sociales- es lo que distingue la aproximación pragmatista y la marxista en el libro “La Naturaleza es un campo de batalla”.


CONCLUSIONES


Criticar el carácter ideológico del discurso ecologista dominante presupone el camino de una deconstrucción del concepto sustancialista de Naturaleza. La tesis según la cual ese concepto es el presupuesto y el producto tanto del proceso de abstracción-intercambio como de la modelización de la Naturaleza, está entre los más originales y fuertes del libro. Podría permitir explicar el origen material del concepto ideológico de Naturaleza, y desencadenar un debate sumamente fructífero con el pragmatismo. La ausencia de distinciones explícitas entre el concepto sustancialista de una naturaleza producto de la abastracción-intercambio y del concepto materialista de una naturaleza dada en el proceso de producción, lleva a una fluctuación que se refiere al objeto mismo del libro: una crítica de la mercantilización de la naturaleza y de la ideología solidaria con esa mercantilización, o una crítica de la explotación del ambiente.

La elección de ejemplos y la metodología empleada indican sin duda que se trata más de una crítica de la mercantilización de la naturaleza y de la ideología ecologista.

Se pueden (y el autor invita a hacerlo especialmente en el capítulo ‘La ecología política que viene’ y en la conclusión del Capítulo 3) declinar las propuestas negativas y positivas para una política ecologista materialista. Desde un punto de vista ideológico, debe rechazarse la idea de que la relación del hombre con la naturaleza va más allá de las relaciones de producción y de las de dominio de raza, clase y género.

La preservación de la naturaleza no puede ser un objetivo de las políticas ecologistas radicales. Querer preservar la naturaleza presupone la comprensión del ambiente como dominio separado del mundo social e histórico, mientras que lo uno es transformado y modificado permanentemente por lo otro. Una política ecologista materialista debe, por el contrario, desde el punto de vista de la praxis, resistir la explotación capitalista del ambiente y permitir que sean garantizadas las condiciones de posibilidad del ‘metabolismo sociedad-Naturaleza’.  



Notas:

[*1] -El «pacto ecologico» de Nicolas Hulot fue propuesto a los candidatos a la presidencia en Francia en 2007. La mayor parte lo firmó, así como millares de ciudadanos. Ver Nicolas HULOT, 2006, Pour un pacte écologique, Paris: Calmann-Lévy.

[*2] – Dipesh CHAKRABARTY 2012, ‘The climate of history. Four theses’, Critical Inquiry, 35 : 197-222.

[*3] – El interés empírico del objeto es absolutamente inngable y notable. Sin embargo, no es objeto de esta crítica

[*4] – La idea según la cual habría una historia de la naturaleza no es nueva, y recientemente fue recordada en la literatura francesa por Christophe Bonneuil e Jean-Baptiste Fressoz in ‘L’évènement anthropocène’, Seuil, Paris, 2013. Ver en la pag.52: «Tomar en serio el Antropoceno como histórico significa asumir que esta antigua discordancia de tiempos (entre historia humana e historia natural) no existe más». En otras palabras, la hisotria de la naturaleza y la historia humana deben ser estudiadas en conjunto Ver también: Karl MARX, Le Capital, Livre 1, PUF, Paris, 1993, notamment p.203

[*5] – Karl MARX, Le Capital, Livre 1, PUF, Paris, p.199.

[*6] – John BELLAMY FOSTER, « Marx’s Theory of Metabolic Rift : Classical Foundations for environmental Sociology », The American Journal of Sociology, vol.105, n°2, septembre 1999, p. 366-405

[*7] – Ver: Bruno LATOUR, Politiques de la nature, La Découverte, Paris, 1999 et Philippe DESCOLA, Par delà Nature et Culture, Gallimard, NRF, Paris, 2005.

[*8] – Laura PULIDO, « Rethinking environmental racism. White privilege and urban development in Southern California », Annals of the Association of American Geographers, vol.90, n°1, 2000, p.16.

[*9] – Ver: Alf HORNBORG, 2011, Global Ecology and Unequal exchange, New-York, Routledge.

[*10] – Tomamos aquí el título de uno de los capítulos introductorios del libro coordinado por Emilie HACHE, Écologie politique, Cosmos, communautés, milieux, Éditions Amsterdam, Paris, 2012.

[*11] – Ver: Fabien LOCHER et Grégory QUENET, « L’histoire environnementale: origines, enjeux et perspectives d’un nouveau chantier », Revue d’histoire moderne et contemporaine, vol.4, n°56, 2009, p.7-38.

[*12] – Es evidente que ninguna de estas aproximaciones constituye un campo homogéneo. Aun así, en cada una se encuentra un tipo de discurso que constituye un objeto de estudio específico.

[*13] – Extracto del estatuto del Sierra Club bajo el título «Our Wild America» ( http://content.sierraclub.org/ourwildamerica/about )

[*14] – Ver John BELLAMY FOSTER, Marx’s ecology, materialism and nature, Monthly Review Press, New York, 2000 y en francés, Marx écologiste, Éditions Amsterdam, Paris, 2011.

[*15] – Karl MARX, 1983, Le Capital, Livre 1, trad.coll. Bajo la dirección de J.P. Lefebvre, Paris : Éditions sociales, p. 791, note 186

[*16] – Philippe DESCOLA, Par delà Nature et Culture, Gallimard, NRF, Paris, 2005

[*17] – Émilie HACHE, Écologie politique, Cosmos, communautés, milieux, Amsterdam, Paris 2012, p.14.

[*18] – Ivi, p.13.

[*19] – Aquí podemos referirnos siguiendo los registro de los trabajos de: Mike DAVIS, Late Victorian Holocaust, Verso, Londres, 2000 ; Jason W. MOORE, « Capitalism as World-Ecology: Braudel and Marx on Environmental History ». Organization & Environment 16(4), 2003, 431-458 ; Alf HORNBORG, Global Ecology and Unequal exchange, New-York, Routledge : 2011.

[*20] – Bruno LATOUR, Politiques de la nature, La Découverte, Paris, 1999.

[*21] – La expresión es evidentemente hegeliana y por tanto nada excepcional en Marx. Ver Karl MARX, Le capital, Livre I, Chapitre 4 « Transformation de l’argent en capital ». Dardot y Laval insisten en la naturaleza profundamente hegeliana del modelo marxista de sistema: el sistema absorbe lo que le era extraño y lo antecedía. Ver en particular Pierre DARDOT et Christian LAVAL, Marx, prénom Karl, Gallimard, Paris, 2012. En términos hegelianos, el sistema produce sus presupuestos que antes se encontraban delante. Ver:  G.W.F. HEGEL, La Science de la Logique, trad. Jarczyk G., Labarrière J.-L., Aubier, Paris, 1981 ; especialmente t. 2, La doctrine de l’essence.
Aquí parece que la categoría ‘Naturaleza’ en el análisis marxiano del proceso de producción pueda ser pensado siguiendo este modelo. La naturaleza es el presupuesto del proceso de producción que, al mismo tiempo, es puesto como naturaleza de este mismo proceso. Al margen de este proceso, la naturaleza puede ser comprendida como el producto de una historia natural-humana. Según nuestro criterio, ese es el sentido de la cita de Marx en el El Capital, p. 203 “Los animales y las plantas, que suelen considerarse como productos de la naturaleza, son de hecho no sólo productos del trabajo, tal vez del año anterior pero también en su forma actual, producto de una transformación continua a través de numerosas generaciones, bajo el control del hombre y a través de la mediación del trabajo humano”.

[*22] – Alfred SOHN-RETHEL, « Travail intellectuel et travail manuel », in La pensée-marchandise, Les éditions du croquant, Paris, 2010, p. 127.

[*23] – Vedi Philippe DESCOLA, Par-delà Nature et culture, Gallimard, NRF, Paris, 2005.

[*24] – Karl MARX, Le Capital, Livre 1, op.cit., p. 201.

[*25] – Karl MARX, Le Capital, op. cit., p.203.

[*26] – Alfred SOHN-RETHEL, op.cit.

[*27] – Vedi David HARVEY, 2003, “The new imperialism”, Oxford: Oxford University Press.

[*28] – Alfred SOHN-RETHEl, « Travail intellectuel et travail manuel. Essai d’une théorie matérialiste », en La Pensée-Marchandise, Éditions du Croquant, Boissieux. 2010.

[*29] – L. LOHMANN, (2010), Uncertainty markets and carbon markets. Variations on polanyian themes », New Political Economy, vol. 15, n°2, p. 232

[*30] – Alfred SOHN-RETHEL, op.cit., p.143.

[*31] – Ivi, p.144.

[*32] – Karl MARX, Le Capital, Procès de travail, p.199 : El Hombre « está frente a la materia natural como si fuese él mismo una potencia natural».

[*33] – Ver en particular Emilie HACHE, op. Cit. No entaremos aquí en el debate abiertro por James C. Scott con Frantz Fanon sobre el carácter colonial e imperialista, o solamente Estatistade esta construcción de la naturaleza. Partiendo de una cita de Fanon en Los condenados de la Tierra, el antropólogo libertario proponela idea que tal construcción de la naturaleza es propia de los Estados y de su voluntad de cartografíar los territorios, y no sólo de las políticas imperialistas de los estados coloniales: «Mi único desacuerdo con la observación de Fanon a propósito del proyecto colonial tiene que ver con el hecho de que, al menos en lo que concierne a «la selva» y «los indígenas», se aplica perfectamente incluso en épocas precoloniales y postcoloniales. La expansión y el poblamiento del espacio estatal «legible» no podría otra cosa que mostrarse difícil, dada la existencia de fornteras abiertas”» Vedi James C. SCOTT, Zomia, ou l’art de ne pas être gouverné, Seuil, Paris, 2013. Agradezco a Stany Grelet por haberme dado a conocer este pasaje.

 

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