GOBIERNOS QUE FUNCIONAN CON DOS PESOS Y DOS MEDIDAS

  • Escribe desde París Miguel Benasayg, Filósofo, Psicólogo y militante social.

Vivimos una época marcada por amenazas terribles e hipercomplejas. Algunas son estructurales, globales y difusas. Otras más coyunturales e identificables. Todas tienen un ‘zócalo’ común, que podría resumirse en esta frase: pasamos de un futuro pensado como promesa a una visión del futuro como amenaza.

Por un lado hay amenazas terribles que amenazan la vida, la existencia misma: el calentamiento del planeta, la desertificación de los suelos, el uso de pesticidas sin control, la contaminación industrial, las enfermedades emergentes y las reemergentes, como ruptura de los ciclos biológicos pero también como consecuencia de una macroeconomía que luce ingobernable…

Ahora bien, todos estos desastres y amenazas se presentan «difusos y sin rostro», «la culpa es de casi nadie…», en la cabeza de la gente. El punto común que tienen todos esos desafíos es que presentan complejidad y no resulta fácil identificar a ‘los malos’, los responsables de estos procesos. Algo así como que estamos viviendo todo esto por causa de ‘una estrategia sin estratega’.

Es precisamente la imposibilidad de identificar mecánicamente a ‘los malos’ lo que se traduce en impotencia. Resultan abstracciones, algo así como dioses de un Olimpo irreal y sádico.

Al mismo tiempo, los atentados son un ataque a la vida también, pero aparecen como reales. Son la otra faceta del temor al futuro porque sí tienen un rostro, personas, voluntades. La población europea, y no sólo, amanece con la idea que se ha sembrado: “podemos matar no importa a quien, no importa cuando ni importa dónde”. Paradojalmente, son -en ese sentido- y a pesar de todo, muy tranquilizadores. ¡Al fin alguna de todas las amenazas sin rostro pueden personalizarse, pueden nombrarse! Hay malvados y hay víctimas en esta guerra de baja intensidad. Es este conocimiento del rostro del mal lo que podría permitirnos salir de la impotencia.

La experiencia demuestra que los humanos han estado siempre disponibles para arriesgarse en situaciones claras, pero que se paralizan frente a las situaciones complejas donde las amenazas son difusas. Un monstruo dominante sin sentido. Es bajo este tipo de amenazas que los Estados declaran el Estado de sitio, el Estado de Emergencia. Es en esos momentos en los que se firman acuerdos con otros países y se desbloquean irracionales sumas de dinero que jamás estuvieron ni estarán disponibles para otras acciones gubernamentales. Estamos dispuestos a modificar la Constitución, a promulgar en horas leyes que si miramos retrospectivamente nos parecen insoportables para las enormes mayorías ciudadanas.

Son esos mismos Estados y esos mismos gobiernos que se activan a la velocidad de un rayo los que marcadamente carecen del ‘soplo vital’ para hacer políticas macroeconómicas que eclipsen los peligros ecológicos, por ejemplo.

Todo transcurre como que se toman rápidas medidas para proteger a la población, en una era donde hay «dos pesos, dos medidas» donde las acciones y las decisiones son posibles, pero no para las amenazas que conciernen a la vida misma en el planeta.

No se trata de «elegir» una buena amenaza contra la que en apariencia sí podemos batallar, cuando en nombre de la libertad se decide no proteger al planeta pero claramente se puede híper limitar esta misma libertad en nombre del terrorismo, bien lejos de reacciones comprensibles.

Yo digo: ahí hay algo para pensar.

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