ESPAÑA: NO PASARÁN. segunda parte

Escribe Pedro Cazes Camarero– argentino. Director de los periódicos «Estrella Roja» y «El Combatiente» desde 1973 a 1976 / Director de la Revista Crisis- 1988

 

Segunda Parte

   ¿Cuáles eran los elementos de éxito de los que disponían los fascistas? Abundancia de material, disciplina draconiana y rígida, una gran organización militar y capacidad para aterrorizar a la población con ayuda de formaciones parapoliciales. ¿Y qué elementos de éxito poseía el bando republicano? Abundancia de hombres y mujeres, una rebosante iniciativa revolucionaria y una agresividad apasionada de individuos y grupos revolucionarios, simpatía activa de todas las masas trabajadoras, huelga revolucionaria y sabotaje clandestino en las zonas ocupadas por el fascismo.

Las ideologías socialista y libertaria constituían una fuerza material invencible si resultaban enarboladas por un gobierno revolucionario, y resultaban muy superiores a las telarañas del catolicismo decimonónico que impregnaban las mentes de la derecha. La plena utilización de estos recursos físicos y morales no podían más que realizarse mediante prácticas político-militares completamente distintas de las del enemigo: la insurrección armada, la guerrilla extendida por todo el país, la huelga general política, la guerra de todo el pueblo y el ejército  miliciano autónomo de alto nivel técnico.

El planteo de la conducción republicana de que la alternativa sólo podía consistir en la elección entre “ejército regular” y “milicias libertarias” (entendidas estas últimas como una runfla caótica de idealistas fanáticos, aventureros y lúmpenes) resulta una caricatura de las ideas estratégicas de los anarquistas y del POUM. Lamentablemente, a los líderes del PCE y los políticos del bando republicano los seducía la idea fija de la constitución de un ejército regular clásico.

Esto posee una explicación ideológica. La cúspide organizativa de la política (la estructura leninista de partido) constituía por entonces el desiderátum de la eficacia y se basaba en una estructura piramidal y autocrática inspirada en la organización fordista (por Henry Ford, el fabricante de automóviles) de las grandes empresas capitalistas. Por lo tanto para los políticos republicanos, y en especial para los socialistas-marxistas y los miembros del PCE, su ideal de fuerzas armadas consistía en un ejército profesional, tan centralizado y disciplinado como el fascista, y si fuera posible más.

Analizado así, o bien el militarismo recalcitrante del bando sublevado llegaría a imponer sus propias formas y estrategias de lucha (en las que resultaban más fuertes) al bando democrático, o bien los revolucionarios conseguirían quebrar el militarismo oponiéndole nuevos métodos estratégicos y extendiendo por toda España la revolución social, infinitamente más poderosa que el bando franquista.

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La estructura organizativa de las milicias catalanas era la siguiente: se formaban grupos de diez combatientes, la menor unidad táctica. La reunión de diez grupos formaban las centurias, que nombraban a su vez un delegado para representarlas, y 30 centurias formaban una columna, la cual estaba dirigida por el comité de guerra en el que los delegados tenían voz. La coordinación de todos los frentes se realizaba por los comités constituidos por dos delegados civiles y un técnico militar como asesor, junto con la delegación del comité ejecutivo popular. Así pues, aunque cada columna conservara su libertad de acción, se llegó a la coordinación de fuerzas milicianas, que no es para nada lo mismo que la unidad de mando. La comisión de comité de guerra fue aceptada por todas las milicias confederales. El PSOE-PCE y el republicanismo liberal se oponían a esta coordinación confederada, decían que las columnas no tenían nada que discutir y que debían acatar, sin opción a réplica, lo que ordenara el estado mayor. De tal modo, más les valía un fracaso dirigido por el estado mayor, que cincuenta victorias con cincuenta comités.

Las victorias obtenidas por la estructura bélica descrita demuestran que no sólo es factible sino eficaz como dispositivo de combate. Combinado con la insurrección armada, la lucha guerrillera planificada, la huelga general política y el sabotaje metódico en la zona ocupada, y perfeccionada con la incorporación sistemática de la tecnificación, hubiera permitido tensar las fuerzas dispersas de la autonomía revolucionaria y aplastar el ejército fascista, centralizado y autómata.

Las contradicciones descritas más atrás fueron resueltas por la conducción republicana a través de una mini-guerra civil interna, desatada contra las milicias y el POUM (conocida como “los sucesos de mayo” que abordaremos en la tercera parte), que finalizó con la desaparición de esta poderosísima experiencia político-militar. También significó el fin de experiencias deslumbrantes de democratización y colectivización del trabajo y de la vida cotidiana.  Siguiendo su tradición canallesca de imputaciones falsas al estilo de los “juicios de Moscú”, los stalinistas no se privaron de acusar de espías y traidores a los más consecuentes luchadores antifascistas, como el líder del POUM, Andrés Nin. Esta criminal y suicida decisión de la conducción republicana no sólo marcó el final de la revolución proletaria en España en manos de quienes hubieran debido defenderla y profundizarla; fue un punto de inflexión cualitativo que condujo derechamente a la derrota militar y la caída de la República.

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  Para la Defensa de Madrid de octubre-noviembre de 1936 se creó un organismo independiente, en el que estaban representados todos los partidos del Frente Popular además de los anarquistas, la Junta de Defensa de Madrid. El acuerdo entre los partidos del Frente Popular y los sindicatos se plasmó el 4 de septiembre, en la formación del primer Gobierno de la Victoria, de Largo Caballero. Este organismo no intervino activamente en el desarrollo de la revolución. Su principal objetivo consistía en fortalecer el Ejército como piedra basal del Estado, a través de: a) la constitución de la Milicia de Vigilancia de Retaguardia (16 de septiembre) con las que el gobierno controlaría a las milicias de retaguardia, que hasta ese momento eran independientes; b) el transvase voluntario de jefes y oficiales de las milicias populares al Ejército (28 de septiembre), y c) la aplicación del Código de Justicia militar a las milicias populares (29 de septiembre). Cuando la guerra se alargó, el espíritu de los primeros días de revolución fue aflojando y comenzó la fricción entre los diversos integrantes del Frente Popular, debido a las políticas del PCE, establecidas desde el ministerio del exterior de la Unión Soviética estalinista, la mayor fuente de ayuda extranjera a la República. En esencia, estas políticas abogaban por no enemistarse con las clases medias, las bases de los partidos republicanos que podrían verse afectadas y perjudicadas por la revolución, y volverse hacia el enemigo. En síntesis, el PCE defendía la idea de posponer la revolución social hasta que no se ganase la guerra. Los anarquistas y el POUM estaban en desacuerdo con esta opinión, al entender que la guerra y la revolución eran lo mismo, una prolongación la una de la otra y a su vez de la lucha de clases, y que el proletariado había derrotado a los militares precisamente por este impulso revolucionario que traían desde hacía años y no por defender una república burguesa. A las milicias de los partidos y grupos que se situaron en contra de la posición del gobierno del Frente Popular se les retaceó la ayuda y recursos, viendo así éstos reducida su capacidad de actuación, a causa de lo cual en la mayoría de las áreas republicanas comenzaron lentamente a revertirse los recientes cambios realizados.

Durante este período algunas estructuras revolucionarias aprobaron nuevos programas de acción que los subordinaban al Gobierno, lo que dio lugar a la disolución o inicio de su absorción, apropiación e intervención por parte del gobierno estatal republicano.

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  Una excepción la constituía el proceso colectivista en Aragón, a donde llegaron miles de milicianos libertarios de Valencia y Cataluña, y en donde ya antes del inicio de la Guerra Civil existía la más importante base obrera anarcosindicalista de toda España. La asamblea convocada en Bujaraloz en las semanas finales de septiembre de 1936 por el Comité Regional de la CNT de Aragón, con delegaciones de los pueblos y las columnas confederales, siguiendo las directivas propuestas en Madrid por el Pleno Nacional de Regionales de la CNT, de proponer a todos los sectores políticos y sindicales la formación de Consejos Regionales de Defensa vinculados federativamente a un Consejo Nacional de Defensa que haría las funciones del gobierno central, acordó la creación del Consejo Regional de Defensa de Aragón, que celebró su primera asamblea el 15 de octubre.

Milicia Aragon

Pero ya el 26 de septiembre los sectores más radicalizados fueron dominados por los posibilistas, iniciando una política de colaboración con el Estado y se integraron en el gobierno autonómico de la Generalidad de Cataluña. El Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña se autodisolvió el 1 de octubre. En reciprocidad, el Consejo Regional de Defensa de Aragón fue legalizado y regulado por decreto el 6 de octubre. El 2 de noviembre el Comité Ejecutivo Popular de Valencia aprobó un nuevo programa de acción que lo subordinaba a la política del Gobierno de la República.

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  En el segundo gabinete de Largo Caballero se integraron el 4 de noviembre como ministros Federica Montseny  y otros miembros destacados de la CNT. Durante este mes, la Columna de Hierro decidió tomar brevemente Valencia, en protesta por la escasez de aprovisionamientos que les retaceaba el Comité Ejecutivo Popular. Se produjeron enfrentamientos por las calles de la ciudad entre milicias libertarias y grupos comunistas, con un saldo de más de 30 muertos. El 17 de diciembre el diario soviético Pravda de Moscú publicó un editorial donde se lee: «Ya ha comenzado en Cataluña la depuración de trotskistas y anarcosindicalistas; se ha llevado a cabo con la misma energía que en la Unión Soviética». La liquidación de numerosos antifascistas, colectivizaciones y otras estructuras surgidas espontáneamente desde abajo en consonancia con la Revolución, y que no se sometiesen a las directrices de Moscú, ya había empezado. Otra de las estructuras radicales, el Comité de Guerra de Gijón, fue trasformado por decreto del 23 de diciembre en el Consejo Interprovincial de Asturias y León, regulado por las autoridades de la República y reconoció oficialmente la formación del Comité de Defensa Nacional.

El 8 de enero de 1937 fue disuelto el Comité Ejecutivo Popular de Valencia. El gobierno central pasó a controlar definitivamente las milicias populares anarquistas, para que se integrasen obligatoriamente en el Ejército Popular, estructurado y jerarquizado bajo mando de oficiales profesionales. La revolución no sobrevivió como poder independiente al segundo gobierno de Largo Caballero.

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El 27 de febrero de 1937, el gobierno prohibió el periódico de la FAI ‘Nosotros’ (iniciando así el período durante el cual la mayor parte de las publicaciones críticas con el gobierno pasaron a sufrir censura); al día siguiente prohibió a los policías pertenecer a partidos políticos o sindicatos, medida adoptada por el gobierno autonómico catalán el 2 de marzo. El 12 del mismo mes, la Generalitat aprobó una orden exigiendo la entrega de todas las armas largas y materias explosivas a los grupos que no estuvieran militarizados. El día 27 se produjo la dimisión de los consejeros anarquistas del gobierno autónomo catalán. Durante el mes de marzo se completó la militarización de las milicias y el 17 de abril comenzó el desarme de los obreros catalanes. El 13 de mayo de 1937, tras los sucesos de Barcelona, los comunistas propusieron al Gobierno que se castigue a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). El 16 dimitió Largo Caballero, y formó gobierno el socialista Juan Negrín, pero sin el apoyo de anarquistas ni de revolucionarios. La FAI fue declarada ilegal. El día 25 quedó excluida la FAI de los Tribunales Populares. El 8 de junio de 1937, el gobierno ilegalizó las colectividades rurales que aún no habían sido disueltas. El 14 de junio se formó un nuevo gobierno de la Generalitat, también sin los anarquistas y los revolucionarios. El 15 fue ilegalizado el POUM y su comité ejecutivo resultó detenido. El 16 se disolvió la 29° División “Lenin”, del POUM. En agosto, se prohibieron las críticas a la URSS y se dispuso la disolución del Consejo de Defensa de Aragón, prácticamente el último órgano de poder revolucionario que quedaba, el cual fue ocupado por tropas del ejército republicano.  Joaquín Ascaso, su presidente, es detenido. La undécima división comunista arremetió contra los comités aragoneses del pueblo y disolvió la producción agrícola colectiva. El gobierno reautorizó el culto religioso en privado, intentando restablecer su poder en la zona republicana. En Barcelona se produjeron manifestaciones contra la suspensión de la publicación anarcosindicalista Solidaridad Obrera, disueltas con gran violencia. El día 16 se prohibieron en Barcelona los mítines políticos. El 21 de octubre, se realizó una manifestación de la CNT y de los militantes socialistas ante la prisión de San Miguel de los Reyes de Valencia, amenazando con echar las puertas abajo si no se liberaba a los presos. El 12 de noviembre, la CNT se retiró de los comités del FPA. El 6 de enero de 1938, se prohibió toda nueva emisión de billetes y monedas de comités, ayuntamientos y corporaciones, y se dio un plazo de un mes para que sean retirados de la circulación, intentando acabar con los últimos restos de la Revolución. Durante ese año regresaron muchos de los grandes terratenientes y exigieron a la república la devolución de sus bienes. La colectivización fue anulada progresivamente, pese a la gran oposición popular que suponía.

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  • RICARDO SANZ : DE MILICIANO A JEFE MILITAR

 

Testimonio del Teniente Coronel del Ejército de la República, Joaquín Morales Jaulín, relatando la sublevación y la defensa de Madrid.

  Los facciosos iniciaron su segunda ofensiva sobre Madrid en la madrugada del 6 de enero de 1937, apoyados por centenares de aviones bombarderos y de caza, abundante artillería y morteros y la infantería, protegida por varias docenas de tanquetas italianas. En ese momento, Ricardo Sanz era el Jefe de la Brigada Durruti y a mí se me había confiado el mando técnico de la Segunda Agrupación de Centurias, equivalente a un Batallón.

El frente republicano fue roto en el sector inmediato al nuestro, llamado Pozuelo de Alarcón. Las fuerzas republicanas huyeron, abandonando sus armas y equipo y haciendo caso omiso de las órdenes de sus jefes. Envié a la Centuria N°10 de Figueras, mandada por Narciso Coll, para detener el avance de los asaltantes y darnos tiempo para reorganizar una línea defensiva a lo largo de la vía del ferrocarril de Aravaca a Las Rozas. Alrededor de las 8 de la mañana la Centuria 10 no sólo detuvo al enemigo sino que destruyó con cartuchos de dinamita y botellas de gasolina a seis de las veinticuatro tanquetas italianas. En esa operación sucumbió su responsable Narciso Coll, aplastado por la última tanqueta que él mismo voló.

Sin embargo, hacia las 9 de la mañana todavía nuestro frente se hallaba casi por completo desguarnecido. Solamente quedábamos en línea, en un islote de resistencia organizado a toda prisa, el resto de la Centuria N°10 (unos doce combatientes), las Centurias de fusileros-granaderos N° 7, 9 y 11, y la de Ametralladoras N°8 : 120 combatientes en total. Se nos unieron en ese momento la Centuria 12, conocida como Grupo Madrid, constituida sólo por 30 combatientes, pero muy aguerridos; unos 12 o 15 milicianos destinados a un tren blindado, que se hallaba en aquél sector imposibilitado de proseguir su avance y, finalmente, unos 50 combatientes más recuperados entre los que huían hacia Madrid.

Los fascistas avanzaban a paso de carga protegidos por las tanquetas italianas. Di cuenta por teléfono de la situación al Cuartel General y solicité a Ricardo Sanz que nos enviara personal auxiliar para recoger las armas y pertrechos abandonados por los fugitivos, ya que nosotros bastante trabajo teníamos para contener al enemigo. Hacia las 9 de la mañana apareció Ricardo Sanz, acompañado de su hermano Antonio y de dos o tres elementos del Cuartel General.

«¿Trajiste los hombres que te pedí? Hay que recuperar esas armas abandonadas»

«Los del batallón de reserva se han negado a venir, porque están celebrando una asamblea para decidir lo que van a hacer», contestó Ricardo. 

«¿Una asamblea  en medio de una batalla? ¿Están dementes?», repuse. «Bueno, déjalo correr», replicó Sanz, «He venido para que esta posición se mantenga cueste lo que cueste. Y si es preciso morir, moriremos».  Me agarré la cabeza. «En eso ya estamos… nosotros sostendremos la posición, te lo garantizo. Lo más urgente es recoger todas esas armas y municiones y organizar una línea defensiva en Puerta de Hierro y otra ante el río Manzanares… El enemigo se desliza ya por el norte de Aravaca y si no se le contiene se meterá en Madrid dentro de un par de horas».

Sin responderme, Ricardo hizo gestos a su hermano y demás acompañantes, avanzó hacia los parapetos y puso en batería una ametralladora, disparando contra los atacantes que seguían avanzando. Me aproximé a gatas.

«¿Qué haces ahí, Ricardo?»

«Cumplir con mi deber y dar el ejemplo».

«Tu puesto no es éste, Ricardo… Tu deber es recuperar a los combatientes huídos, velar para que el material sea recogido, crear y organizar una línea defensiva a retaguardia… Este es tu deber. Para batirnos ya estamos aquí nosotros».

«¡Soy el responsable de la Columna y hago lo que me de la gana! Estaré aquí hasta que me maten».

«Eres el jefe de la Columna y nadie te lo discute, pero no olvides que el jefe de ésta posición, mientras tu no me destituyas, soy yo… Retírate a retaguardia y cumple con lo que debes».

«¿Crees tengo miedo? Pues no lo tengo y aquí me quedo»

“Pues yo sí tengo miedo, Ricardo, pero me quedo también, por ser éste mi sitio de combate… El tuyo es otro… Aquí estorbas… ¡Soy el jefe … ! ¿Lo oyes? ¡Y me quedo!»

Ricardo me miró fijamente con los ojos entornados, como él acostumbraba mirar cuando estaba cegado por la cólera, se incorporó, hizo unos signos a sus compañeros para que le siguieran y exclamó: “Me voy, pero nos veremos en otro sitio… Ya veremos quién manda, si tú o yo». “A tus órdenes, Ricardo».

En la retaguardia, a menos de un kilómetro de aquel lugar, Ricardo y sus compañeros organizaron como por arte de magia una línea principal de resistencia como no podía crearse otra, contra la cual los fascistas se rompieron los cuernos. Días después, cuando fuimos relevados del frente, ví a Ricardo en su Cuartel General de calle Miguel Angel. “Quiero hablar contigo», me indicó al verme entrar. “A tus órdenes, Jefe», respondí, saludándole militarmente. «Disculpa, Joaquín, por el incidente del otro día… Fuiste tú quien tenía razón… Estaba loco de rabia al ver cómo tanta gente se marchaba sin luchar, que estuve a punto de desear que una bala acabara conmigo». «La verdad, no me acuerdo de ese incidente» le contesté. «Lo que si recuerdo, Ricardo, es que la consigna lanzada de que los fascistas no pasaran, se ha cumplido gracias a tí que has estado en tu sitio, y el enemigo no ha pasado».

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  • EL 19 DE JULIO EN MADRID Y RESTO DE ESPAÑA

   El proletariado madrileño, menos preparado que el catalán, se encontró con muchas más dificultades para hacer frente a los enemigos de la República. Los falangistas, emboscados en los grandes edificios, en las iglesias y conventos, constituían grandes contingentes que rivalizaban casi en número con el pueblo, movilizado pero desarmado. Los partidos de izquierda y las organizaciones obreras de la capital exigían armas, pero éstas no les eran entregadas. La sublevación empezó por el cuartel de la Montaña, desde donde tirotearon a los trabajadores que vigilaban los movimientos de los que preparaban la sublevación. Otros cuarteles, situados en las afueras de Madrid, también se sublevaron y comenzaron los combates. Los francotiradores fascistas dispersos en todo Madrid, dificultaban los movimientos de los defensores de la República. La actitud vacilante del Gobierno, que no atinaba a tomar ninguna resolución, y luego su dimisión y la constitución de otro, que duró escasamente unas horas, hicieron que todo el esfuerzo para sofocar la sublevación recayera en el pueblo, sin más apoyo que el de los Guardias de Asalto que, sin mandos, se unieron inmediatamente a la causa popular. Hubo que combatir casa por casa e iglesia por iglesia hasta conseguir el triunfo. Sin embargo, el combate decisivo para el triunfo en Madrid fue el del cuartel de la Montaña, donde se había congregado el general Fanjúl, con docenas de jefes, centenares de oficiales, varios regimientos y voluntarios falangistas en un total de tres mil quinientos hombres. El pueblo sin armas, a pecho descubierto, se lanzó al ataque, con algunos fusiles y pistolas, con bombas preparadas con botes de hojalata, con escopetas de caza y unas cuantas armas arrebatadas a los policías que se mostraban irresolutos.  La fortaleza era formidable y sus defensores estaban bien pertrechados y en condiciones no solo de resistir el ataque del pueblo desarmado sino, incluso, los asaltos de unidades regulares. Pero decenas de miles de ciudadanos se agruparon alrededor del cuartel y dispararon sin descanso, sin dar un solo momento de tregua a los rebeldes. Entonces llegaron refuerzos para los sitiadores: unas compañías de Guardias de Asalto, bien armadas y muy aguerridas. Los atacantes desarmados hacían cola para tomar el arma de los que eran heridos por los sublevados. Éstos izaron falsamente la bandera blanca y luego tirotearon a los que se acercaron a parlamentar, provocando muchos muertos. Finalmente, el cuartel fue tomado por asalto, en avalancha, pisando a los compañeros caídos en el primer empuje. Fanjul y sus oficiales fueron apresados. Algunos focos rebeldes continuaron resistiendo en Madrid. Pero el pueblo ya contaba con las armas existentes en el cuartel de la Montaña y no tardó mucho en dominar la situación. No puede silenciarse la actitud suicida del Gobierno de la República.

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Al no apoyar a las clases trabajadoras y a los partidos políticos de izquierda, por temor a armar a las masas, contribuyó a que en numerosos pueblos y ciudades triunfara el fascismo. El presidente Casares Quiroga fue por esta conducta absurda, el principal responsable de que se tuviera que hacer frente a una guerra que tantas lágrimas y ríos de sangre ha costado al pueblo español.

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  • RICARDO SANZ CUENTA LA MUERTE DE ASCASO

A pesar de haberse rendido el general Goded y haber ordenado por radio la rendición de sus subordinados, quienes se encontraban en el cuartel de Atarazanas no obedecieron la orden y continuaron la resistencia. En las Ramblas había un cañón del 7,5 que en tiro directo disparaba sobre el cuartel, abriendo enormes boquetes en las paredes. Cientos de trabajadores, mujeres, niños, en fin, era el pueblo de Barcelona quien disparaba contra la fortaleza, mientras otros aportaban la munición, víveres y comida necesaria para prolongar el ataque. Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso y otros que nos encontrábamos allí, nos sentíamos verdaderamente emocionados. Las avenidas se hallaban llenas de cadáveres y heridos. Otros hombres, ávidos de luchar, corrían a ocupar esos lugares de enorme peligro. Recuerdo que uno de los heridos, al verme disparando parapetado en un árbol situado frente al antiguo edificio del Banco de España, me dijo, levantando el puño mientras se desangraba: «¡Sanz, duro con ellos! ¡Hasta que no quede uno!”. Una bala, disparada desde el edificio de la Aduana -que también estaba en poder de los sublevados- abatió a uno de mis mejores amigos. Quise cerciorarme y corrí rápidamente a su lado. Y allí encuentro el cuerpo aún palpitante de Francisco Ascaso. A pesar de lo ocurrido en la guerra, fue aquél el momento más terrible que he vivido, en el transcurso de toda la tragedia de España. Caí sobre él, llorando como un niño y mordiéndome los puños. Tuve que ser separado por la fuerza, ya que en mi desesperación, no me daba cuenta de que me encontraba en un lugar peligrosísimo y que sólo por casualidad, no corrí la misma suerte que mi amigo. La noticia corrió entre los combatientes como un reguero de pólvora. El nombre de Ascaso zumbaba en todos los oídos. ¡Era tan querido de todo el pueblo! Ya no se pensaba en otra cosa que en vengarlo. Recrudeció la lucha con más dureza. El cañón y las ametralladoras disparaban sin interrupción. El olor de pólvora emborrachaba. Durruti distribuía el personal y dirigía el ataque. García Oliver disparaba su ametralladora contra la fortaleza en ruinas. La aviación leal rugía continuamente sobre los parapetados. Finalmente, una sábana, prendida de un palo como bandera blanca, fue izada entre los escombros. Durruti se adelantó solitario, seguido de varios centenares de combatientes. Los oficiales traidores fueron enviados a Prisiones Militares. Los soldados sublevados, engañados por unos jefes sin honor, lloraban como niños. Todos manifestaban que habían hecho armas contra el pueblo sin compartir la causa reaccionaria. Que sus jefes estaban detrás de ellos pistola en mano, obligándoles a tirar… la mayoría, completamente embriagados. Era la mañana del 20 de julio de 1936.

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  • PELIGRO EN MADRID Y MUERTE DE DURRUTI

 

Testimonio de Fernando Sanz

Los sublevados dominaban la mayor parte de Extremadura, Badajoz, Cáceres y Plasencia, y se disponían al ataque sobre Madrid.

En Badajoz asesinaron a 3000 prisioneros antifascistas, ametrallados en la plaza de toros. El pueblo anarquista Navalmoral de la Mata, armado solamente con cuchillos y algunas escopetas, no pudo frenar a la columna mercenaria de portugueses y africanos, quienes apoyándose en el Tajo y en las cordilleras de Arenas de San Pedro, consiguieron llegar por la derecha al Puente del Arzobispo y por la izquierda al pueblo de Arenas de San Pedro. Todo esto ocurría mientras en el Norte, ponían su empeño en liquidar definitivamente la resistencia de Asturias y Euskal Herria, a fin de poder dedicar todo su esfuerzo a la conquista de Madrid. Los demás frentes, insólitamente, permanecían en inactividad.

El Gobierno español, no tuvo la sensatez de lanzar, aunque fuera con los escasos medios con que contaba, una ofensiva que, partiendo de Aragón, hubiera conseguido en ese momento que las fuerzas republicanas se internasen por la Rioja, e incluso llegasen a Vizcaya. Mientras tanto, caía Talavera de la Reina, Torrijos, Toledo, San Martín de Valdeiglesias, Navalcarnero. El asedio de Madrid se estrechaba cada vez más. La Consejería de Defensa de la Generalidad de Cataluña estaba preocupadísima por la suerte de Madrid. En diversas ocasiones se enviaron  partidas de material bélico, pero no fueron suficientes. Era necesario algo decisivo para detener al enemigo y salvar a Madrid. Por fin, en medio del fuego de las ametralladoras fascistas, llegó a Cartagena el petrolero «Campeche», con ametralladoras rusas, munición y nafta para avión. Todo fue transportado apresuradamente al frente de Madrid. Días después llegaron dos buques soviéticos con trescientos camiones, siete mil fusiles Winchester americanos, varios millones de cartuchos y trescientas ametralladoras rusas. También llegaron aviones. Por primera vez tronaron sobre el cielo de la capital los «chatos» y las «moscas» republicanos, que se lanzaron de inmediato contra los «Junkers», y los pobladores de Madrid pudieron ver cómo las « pavas » alemanas se estrellaban incendiadas contra las calles de la ciudad. En solo un día cayeron veintisiete aparatos : diez y ocho enemigos y nueve leales.  Pero, a pesar de que las milicias de la República se batían con gran decisión, el enemigo continuaba avanzando y ganando terreno.

El ejecutivo estaba desacreditado y no tenía plan alguno de defensa. El desagrado popular por la inacción incomprensible del gobierno se manifiestó en la exigencia de la creación de un Consejo de Defensa Nacional. Un nuevo gobierno, aterrorizado por la cercanía fascista, huyó a Valencia. El pueblo, en lugar de sentirse abandonado, suspiró de alivio. No obstante, el peligro de la caída de Madrid iba creciendo. Mientras, el Comité de Defensa de la C.N.T. contaba con la brillante conducción del obrero Eduardo Val. Fue el cerebro del Comité de Defensa Confederal que dirigió eficazmente la defensa de Madrid con media docena de colaboradores. Luego se conformó una Junta de Defensa de Madrid que presidía el general Miaja y ejerció durante bastante tiempo las funciones de gobierno en Madrid, hasta que el Gobierno, desde Valencia, retomó con carácter nacional, la conducción de los problemas de la guerra.

Entête-journal-Naftali-Botwin1Brigadas Internacionales por la República Española contra el fascismo

En ese difícil momento llegaron las Brigadas Internacionales. Venían bien pertrechados y poseían una fuerte convicción antifascista. Bajo su influencia toda la población no combatiente de la ciudad se puso a construir fortificaciones. Es el primer paso firme que se dio para una eficaz defensa de Madrid. El enemigo consiguió apoderarse de las alturas de Garabitas, desde las cuales dominaba con fuego de artillería todo el casco urbano de la capital. Los moros y los legionarios llegaron a los márgenes del río Manzanares, en la parte de la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria, y se filtraron hasta las grandes construcciones de la ciudad estudiantil. Madrid lanzó desesperadamente un pedido de ayuda. El 7 de noviembre el Gobierno central de Valencia solicitó a la Generalitat de Cataluña que las fuerzas del frente de Aragón, momentáneamente inactivo, se trasladasen de inmediato a Madrid. La Ministra Federica Montseny, del Gobierno Central de la República, planteó la cuestión con toda crudeza : Madrid caería en el término de horas si no se la ayudaba. Todos los jefes de Columnas se ofrecieron como voluntarios para correr con sus hombres a la defensa de la Capital. Pero resultaba imposible abandonar el frente de Aragón por completo. Y se convino que saliesen cuatro mil milicianos para Madrid, al mando del más prestigioso de los jefes, Buenaventura Durruti. El cuerpo llegó a la capital el día 11 de noviembre de 1936. La noticia galvanizó a Madrid. «Ha llegado Durruti. Viene con su formidable Columna a defendernos» se decía por todas partes. Durruti inspeccionó los frentes en pocas horas, ya que estaban separados del centro de Madrid por escasos kilómetros y con buenas vías de comunicación. Quedó asombrado del abandono existente en las fortificaciones. Desde su Puesto de Mando llamó al ministro de la Guerra, Largo Caballero, y le expuso con crudeza sus impresiones: si el fascismo no se había apoderado de Madrid, había sido por indecisión, pues Madrid, en realidad, estaba indefensa y parte de las fuerzas defensivas no hacían nada para detener al enemigo. Y así se explica la constante progresión de éste. Largo Caballero prometió aviación, tanques, cañones y más Brigadas Internacionales.

robert-capa-gerda-taro-1937Gerda Taro- Foto: Robert Capa

A últimas horas de la tarde del 13 de noviembre aparecieron en la capital de España los milicianos de Durruti, fatigadísimos del pesado viaje. Pero pocos momentos después llegó el informe de que el enemigo había conseguido ocupar la mayor parte de los edificios de la Ciudad Universitaria y que avanzaba sin encontrar casi resistencia hacia la Cárcel Modelo y la Plaza de la Moncloa. El general Miaja llamó a Durruti y le dio cuenta de la situación, pidiéndole que las fuerzas recién llegadas, exhaustas y todo, salieran inmediatamente al frente, pues de no frenarse a los fascistas, habrían entrado en la Moncloa antes de hacerse de día y penetrando por la calle de Giner de los Ríos, se apoderarían de las mismas entrañas de Madrid. Repuso Durruti que esto era imposible. El había visto a sus hombres y conocía el agotamiento de los mismos. Miaja y el comandante Rojo convencieron al reluctante Durruti, quien se dirigió rápidamente a sus cuarteles, reunió a sus hombres y les expuso la necesidad de salvar Madrid. « A la cabeza de vosotros iré yo para aplastar a los invasores ». Durruti revistó a sus hombres poco rato después. Y con ellos, en el silencio de la noche, salió Durruti hacia el combate. Hacia el lugar de la muerte. A la Plaza de la Moncloa. A medida que las fuerzas se aproximaban al frente, se percibían más claramente las explosiones de los cañones y el fragor del combate. En diferentes lugares de la ciudad, se luchaba encarnizadamente. Los internacionales habían ocupado la parte izquierda de la Ciudad Universitaria y se extendían por el interior de la Casa de Campo, hacia la Puerta de Hierro, en dirección a Aravaca. Solo faltaba que los hombres de Durruti llegaran a tiempo de taponar el boquete que se abría desde el Parque del Oeste hasta la Estación del Norte. Los milicianos llegaron a los improvisados parapetos, construidos con adoquines levantados de las calles, que no eran trincheras sino simples barricadas. Los hombres de Durruti querían ver a los moros, la pesadilla de los combatientes republicanos. Los milicianos más bravos, habían recibido el fusil ruso ametrallador «de plato » con los que aún no habían disparado un solo tiro pero que, en los breves minutos en sus manos, habían aprendido a manejar.  Los tanques enemigos cruzaron el Manzanares e iban progresando hacia la Columna Durruti, sabiamente colocada entre los coquetos hotelitos que se esparcen alrededor del Parque del Oeste. Grupos de milicianos se adelantaron y lanzaron bombas de mano sobre los blindados. Uno tras otro, éstos retumbaron y se inclinaron, rotas sus cremalleras por las bombas. La infantería fascista, que seguía a los tanques, vaciló y no se atrevía a avanzar al percibir la lluvia de metralla que caía sobre los blindados. Hicieron un alto en el camino, e iniciaron la retirada. Los fusiles ametralladores vomitaban la muerte. Las filas enemigas trataron de hacerles frente, pero no les valió de nada. El olor de la pólvora anudaba las gargantas de los milicianos, les ahogaba y emborrachaba. Saltando los parapetos, persiguiendo el enemigo, lo obligaron a refugiarse en la Ciudad Universitaria. Así se salvó Madrid en la mañana del día 14 de Noviembre de 1936. Las Brigadas Internacionales, que también se batieron bravamente, saludaron emocionados a los milicianos exhaustos. Mientras el entusiasmo del pueblo se trasladaba a toda España, los fascistas estaban coléricos. Ya no confiaban tanto en la infantería mora. Apostaron a las armas pesadas, cañones, tanques y aviación. Intentaron nuevamente la toma de Madrid por la Plaza de la Moncloa. Pero donde no existían más que simples parapetos, los milicianos de Durruti habían construido en pocas horas, verdaderas trincheras, e incluso, refugios contra la aviación. Los milicianos esperaban, decididos y vigilantes. Los combates se prolongaron sin descanso, durante varios días. Pero el enemigo no pudo avanzar ni un solo paso, ante la tenacidad de las milicianos republicanos. Madrid, estaba definitivamente salvada por Durruti, sus hombres, las Brigadas Internacionales y el heroico pueblo madrileño. El 19 de noviembre el recuento mostró que las bajas sufridas, entre muertos y heridos, de la Columna y los internacionalistas, se elevaban al sesenta por ciento. Ese día se informó, además, que una bala de francotirador había herido de muerte al propio Durruti.

Niños Madrid- Juan Pando BarreraNiños Madrid- Juan Pando Barrera

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