AÚN CAMINAMOS ¡¿Y QUÉ?!

Escribe la Doctora Susana Etchegoyen- Especial para purochamuyo.com / Cuadernos de Crisis

 

La diaria trashumancia del barro,
esta deletérea sensación humana
de saberse nómadas del tiempo
que nos roba la sombra, nos recuerda
la ira de los dioses, la venganza
por el hurto
ancestral del fuego.

 La soledad del nómada – Poemas de Juan José Vélez Otero

Con nuestro cuerpo erguido entre la tierra y el cielo.

Empieza con un paso. Los músculos de una pierna se tensan, la otra se balancea en péndulo desde atrás hasta que el talón toca el suelo. Todo el peso se traslada hacia el tercio anterior del pie. El pie se retira con sutil equilibrio y ahora nuevamente cambia el peso del cuerpo, las piernas invierten la posición y a ese paso le sigue otro y luego otro más.

Caminamos, algo tan común como excepcional.

Nuestros antepasados humanos que vivieron hace 3,6 millones de años en África, y cuyas huellas quedaron impresas en el yacimiento tanzano de Laetoli, caminaban dando pasos como hoy lo hacemos nosotros. Ese caminar de nuestra especie que nos hizo humanos, y fue determinante para la libertad y el pensamiento, nos lleva rápidamente a la literatura, la antropología, la pena, la filosofía, la religión, el paisaje, la anatomía, la biomecánica, y también y sobre todo al devenir vital.

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La historia corporal del caminar es por un lado la historia de la anatomía bípeda y la biomecánica humana, y por otra parte la historia del caminar es también la historia cuyos fragmentos pueden encontrarse en miles de párrafos de libros, canciones y vivencias. 

Nuestros abuelos y aun nuestros padres caminaban, andaban de acá para allá, resolvían sus asuntos, a veces salían temprano y regresaban a la noche. Caminaban también por placer, preocupación o pena; celebraban ese vagar improductivo, sin otro objetivo inmediato que ser y estar caminando en la tierra y en la vida.

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Caminar es movimiento pero cada caminata es también para mirar y reflexionar sobre las vistas, integrar lo nuevo en lo conocido. Quizás este sea el origen de la singular utilidad del caminar para los pensadores, desde Aristóteles hasta nuestros días.  Caminar es también viajar, y saciar el deseo de viajar solo con los actos del cuerpo mismo en movimiento, no con el movimiento del automóvil, el barco o el avión. Caminar es a la vez, medio y fin.

Como indica Rebecca Solnit en su gran obra Wanderlust: A history of walking, publicada en castellano por la editorial madrileña Capitán Swing como Una historia del caminar, “el caminar debiera considerarse movimiento, no viaje: uno puede caminar en círculos o viajar alrededor del mundo inmovilizado en un asiento, y una determinada ansia viajera puede ser apaciguada solo con los actos del cuerpo mismo en movimiento, no con el movimiento del automóvil, el barco o el avión. Es el movimiento, junto a las vistas que se suceden, lo que parece hacer que ocurran cosas en la mente y esto es lo que vuelve el caminar ambiguo e infinitamente fértil: caminar es a la vez, medio y fin, viaje y destino”.

Solnit remarca “Caminar en sí no ha cambiado el mundo, pero caminar juntos ha sido un rito, una herramienta y un reforzamiento de la sociedad civil, capaz de resistir ante la violencia, el miedo y la represión”. ¿Pero qué queda del caminar solidario cuando regresamos al individualismo pasivo del coche?

Como bien cita Iñaki Zaratiegi en su artículo del diario GARA “Caminar es Revolucionario”, andar es parte sustancial de romerías y caminos con destinos espirituales, como el mítico Camino de Santiago, y está en la historia a través de marchas épicas, huidas, éxodos o migraciones colectivas como las que se viven hoy entre las fronteras europeas.

Nuestra experiencia demuestra que caminar y marchar también ha sido un camino eficaz para aquellos que menos tienen o se levantan contra las injusticias, para no hablar de lo que han significado las caminatas de las Madres de Plaza de Mayo por la aparición con vida de tantos desaparecidos.

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Marchan nuestros originarios, pueblos guaraníes, omaguacas, coyas, huarpes, mapuches, lonkos, tobas, mocovíes, wichís, pilagás entre muchos, y hacen inmediatamente visible que la nacionalidad argentina es esencialmente plural y, consiguientemente, multicultural. Y por supuesto fueron nuestros hermanos zapatistas quienes devolvieron valor al caminar preguntando, como nos cuenta el Subcomandante Marcos en boca del Viejo Antonio: «Pues vamos a caminarlo, pues» y lo empezaron a caminar, primero el uno y luego el otro. Y ahí nomás se dieron cuenta de que tomaba mucho tiempo caminar el camino largo y entonces se vino la otra pregunta de «¿cómo vamos a hacer para caminar mucho tiempo?» y quedaron pensando un buen rato y entonces el Ik’al clarito dijo que él no sabía caminar de día y el Votán dijo que él de noche miedo tenía de caminarse y quedaron llorando un buen rato y ya luego que acabó la chilladera que se tenían se pusieron de acuerdo y lo vieron que el Ik’al bien que se podía caminar de noche y que el Votán bien que se podía caminar de día y que el Ik’al lo caminara al Votán en la noche y así sacaron la respuesta para caminarse todo el tiempo. Desde entonces los dioses caminan con preguntas y no paran nunca, nunca se llegan y se van nunca. Y entonces así aprendieron los hombres y mujeres verdaderos que las preguntas sirven para caminar, no para quedarse parados así nomás. Y, desde entonces, los hombres y mujeres verdaderos para caminar preguntan, para llegar se despiden y para irse saludan. Nunca se están quietos».

Sin embargo, el mundo posindustrial que virtualiza y desaparece nuestros cuerpos, imponiendo la infosfera, solo nos los devuelve como un bien más a consumir. Inmersos en una pandemia ignorada como la obesidad que se desarrolla sin pausa, las ciudades se rediseñan sin que el espacio público sea siquiera considerado, y las calles casi no tienen aceras. Ahora que el mensaje de que tanto el encuentro fortuito -o el buscado- con otro siempre es una amenaza, el postfordismo, la sociedad de la banalidad y el espectáculo nos escupen en la cara un cuerpo resignificado, más alienado que nunca, bien apto para consumo.

La misma incapacidad que nos hace ignorar que nuestros cuerpos pueden enfrentar el desafío del movimiento y obtener placer de él nos arroja al desvarío del cuerpo en la práctica ‘saludable’ del deporte, y entonces aparecen las bicicletas fijas y cintas de correr mientras miramos la pared del cuarto en el que vivimos cada vez más aislados. No caminamos pero sí corremos o estamos en la cinta 20 minutos, incluso acompañados del televisor.

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La escritora Rebecca Solnit (San Francisco, Estados Unidos, 1961), quien analiza el radical cambio de hábitos en la mencionada Una historia del caminar califica la cinta de correr como “el más perverso de todos los aparatos de gimnasio”, desgrana el esfuerzo tecnológico, energético e industrial que supone fabricar y hacer funcionar el artefacto móvil frente al ejercicio natural y gratuito de andar-correr al aire libre, y concluye con la idea de que “al medir el viaje en términos de tiempo, esfuerzo físico y movimiento mecánico, el espacio -como paisaje, como territorio, espectáculo y experiencia– ha desaparecido”. Y agrega “¿Acaso saben los sudorosos usuarios de ese artilugio que el británico William Cubitt lo inventó en 1818 para el correccional de Brixton? La cinta original era una rueda con dientes que servían como peldaños que los prisioneros debían pisar durante un tiempo determinado. Su objetivo era racionalizar las mentes de los presos, pero en su origen ya era una máquina para hacer ejercicio”. Su exportación a la prisión neoyorquina de Bellevue (que acogía a hombres y mujeres vagabundos junto a convictos y ‘maníacos’) reveló que “lo terrorífico de la cinta no es su dificultad sino la monotonía que supone caminar y caminar, y que suele terminar quebrando los espíritus obstinados…La vagancia, el deambular sin propósito aparente o sin recursos era y es a veces aún un crimen, y hacer tiempo en la cinta de andar era el perfecto castigo para esa vagancia”.

También está de moda, el “como-sí” camináramos, corriéramos o pedaleáramos en ese “no” lugar que son los gimnasios. Todo vuelve desligado de humanidad pero sobre todo como parte de la infinita cadena productora de plusvalor.

¿Qué es lo que se perdió en el trayecto que separa el caminar vagando entre la gente, o en cualquier paisaje y marchar sobre una cinta mecánica encerrados?, ¿que perdimos por este salto de birlibirloque? ¿Nada más y nada menos que el placer que nuestro cuerpo y la vida nos pueden dar? ¿Acaso no perdimos además libertad, posibilidad de reflexión, oportunidades de conocernos y conocer?

El miedo y la necesidad de control de la sociedad del biopoder han creado una nueva arquitectura llena de rejas muros y botones de seguridad donde ser peatón, cuanto menos, es ser sospechoso. 1_e_Daniel-Franke-Cedric-Keifer-_Unnamed-Soundsculpture-e1335767977468

Deleuze hablando de Spinoza(1) nos dice “Spinoza no cesa de asombrarse del cuerpo. No se asombra de tener un cuerpo, sino de lo que puede el cuerpo. Y es que los cuerpos no se definen por su género o por su especie, por sus órganos y sus funciones, sino por lo que pueden, por los afectos de que son capaces, tanto en pasión como en acción. Vivimos en un mundo más bien desagradable, en el que no sólo las personas, sino también los poderes establecidos, tienen interés en comunicarnos afectos tristes. La tristeza, los afectos tristes son todos aquéllos que disminuyen nuestra potencia de obrar. Y los poderes establecidos necesitan de ellos para convertirnos en esclavos”. Y agrega “No es fácil ser un hombre libre: huir de la peste, organizar encuentros, aumentar la capacidad de actuación, afectarse de alegría, multiplicar los afectos que expresan o desarrollan un máximo de afirmación. Convertir el cuerpo en una fuerza que no se reduzca al organismo, convertir el pensamiento en una fuerza que no se reduzca a la conciencia”.

Guattari, el gran Félix(2) nos enseña “La consciencia revolucionaria es una mistificación siempre que no pase por el “cuerpo revolucionario”, el cuerpo productor de su propia liberación”. 

Resulta entonces imprescindible recuperar ese cuerpo como espacio productor de intensidades subversivas, y si queremos abrir el nuestro al de los otros, recuperar el placer de vibrar, de murmurar, de hablar, de movernos, de expresarnos, de delirar, de cantar, de jugar con el cuerpo de todas las maneras posibles, el acto de caminar adquiere renovado valor en el devenir de nuestro deseo individual y colectivo de liberación.

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1-Gilles Deleuze y Claire Parnet, Diálogos, Pre-textos, Valencia, 1980, pp. 69-72.
2-Escrito publicado originalmente de manera anónima en la revista francesa Recherches N° 12, 1973, edición consagrada a una “gran enciclopedia de las homosexualidades” titulada “Tres mil millones de pervertidos: Gran enciclopedia de las homosexualidades”, en la que participaron Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jean Genet, Guy Hocquenghem, Daniel Guérin, Jean-Paul Sartre, entre otros. El gobierno francés decomisó y destruyó los ejemplares de la revista y tomó cargos contra Félix Guattari, director de la publicación, acusándolo de “afrontar a la decencia pública”. Traducción publicada en el número 69 de Revista Fractal

8 comentarios

  1. Excelente artículo. Dice mucho más que doscientos análisis «políticos». Grande purochamuyo. Sigan así.

    1. muchas gracias Graciela. Muy generoso tu comentario. Todo lo que te guste y lo compartas nos ayuda a crecer y que más gente conozca nuestra revista.

  2. Susana compañera, nos reponemos, cicatrizamos. Ahora hay que proponerse el triunfo final, ponerse como meta la reaparicion de ese homo previo a la era industrial, y no volverlo a transformar mas en nada. La realizacion personal es esa rueda de roedor que vemos en los gimnasios de la urbe. Temandamos mucho amor desde mi familia en Buenos Aires.

  3. Una mirada del cuerpo físico como un acto cultural de estar en el mundo, la plena conciencia de un todo, un cuerpo que me va hablando, no porque es otro, sino porque soy yo misma. Gracias por estas reflexiones, gracias por llevarnos a lugares olvidados, gracias por recordarnos quienes somos!

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