1976. CON LA DICTADURA NACE LA CEO-CRACIA EN ARGENTINA

Durante 41 años se ha dicho y repetido que el objetivo de la dictadura cívico-militar que asumió el poder en la Argentina el 24 de marzo de 1976 era imponer un irreversible cambio en la estructura económica y social del país. Y para eso hacía falta el plan represivo en todas sus dimensiones. Las cifras, que incluso abruman, son el mejor indicador para entender sin mediaciones ni falsas interpretaciones, hasta dónde llegó el plan dictatorial.


Por Darío Bursztyn

En 1975-1976 la zona sur del Gran Buenos Aires hasta La Plata representaba un enorme polo industrial. Hablamos de Avellaneda, Lanús, Lomas de Zamora, Quilmes, Almirante Brown, Florencio Varela, Berazategui, Esteban Echeverría, San Vicente, La Plata, Berisso y Ensenada.

Ahí estaban instaladas grandes empresas monopólicas como Ducilo, Alpargatas, Rigolleau, Volkswagen, Firestone, Celulosa, Propulsora Siderúrgica, entre otras. Y también algunas compañías estatales como la destilería de YPF en Berisso, los astilleros Río Santiago, y los importantes nudos ferroviarios de Remedios de Escalada y Temperley.

La filosofía económica del Proceso de Reorganización Nacional que se instauró en el 24 de marzo tuvo dos ejes básicos:

  • la subsidiariedad del Estado, que significaba retirar la acción del Estado de cualquier sector donde entrara la actividad privada, y lo que el economista Juan Luis Nodel definió como la ‘mitificación de la moneda’. A esta óptica -decía- obedeció la liberación de la tasa de interés y la apertura de importaciones, para lograr una supuesta convergencia de precios.
  • Al mismo tiempo se redujeron o eliminaron los estímulos a la producción, dejando en manos ‘del mercado’ la regulación y el logro de una mejor eficiencia.
  • El resultado fue el estímulo a la inversión especulativa (con altas tasas de interés que hicieron languidecer a las industrias locales), la desnacionalización del consumo (con la entrada masiva de productos importados a través de una baja intempestiva de los aranceles de importación), el deterioro del salario real, y el mantenimiento de una paridad cambiaria desfasada que dio la bienvenida a los capitales golondrina.

La política neoliberal del ministro Martínez de Hoz fue desindustrializadora: en esa zona sur que describimos, llevó al cierre de los frigoríficos La Negra, Wilson y Swift. También de la automotriz Peugeot; de las siderúrgicas Genaro Grasso y Gurmendi; de la fábrica de autopartes FAE; de las aceiteras Sasetru y Dock Oil, entre muchas otras. En total, 35 mil trabajadores que perdieron sus fuentes de trabajo (de ellos, 15 mil eran jóvenes de menos de 30 años). También indujo a que 1400 obreros calificados de YPF y Astilleros Río Santiago se pasaran a la industria privada por mejores salarios, y ese personal que precisaba entre 7 y 9 años para ser experto, debiera reemplazarse por trabajadores no especializados.

A la par, la misma política derivó en sensibles reducciones de personal en otras industrias como el complejo SIAM-SIAT, y en Ferrocarriles Argentinos, la semiparalización de empresas como Petroquímica Sudamericana, Hilandería Olmos y en consecuencia, el achique o cierre de un sinnúmero de pequeñas y medianas industrias así como de talleres, colaterales al trabajo de las grandes empresas manufactureras.

Para dar una dimensión acotada, la seccional Avellaneda de la Unión Obrera Metalúrgica –que en 1983 abarcaba hasta Cañuelas- tenía 35 mil afiliados en 1976 y pasó a 25 mil al término de la dictadura. Un 30% menos de trabajadores. La Cámara de la Construcción de La Plata, Berisso y Ensenada indicaba en 1983, al término del ciclo dictatorial, que estaban ociosas el 50% de las empresas del sector, y la Cámara Metalúrgica decía que la capacidad instalada estaba desaprovechada en un 40%.


En el conjunto de la actividad económica el daño del programa monetarista de la dictadura no da margen para dudas. La UADE -Universidad Argentina de la Empresa-, en un informe publicado en mayo 1981 medía la siguiente caída de la capacidad manufacturera instalada utilizada, desde septiembre 1980 a mayo 1981.

  • Fabricación de automotores: 91,4% contra 63,2%
  • Industrias metálicas básicas: 53,1% contra 36%
  • Fabricación de cemento: 82,3% contra 55,4%
  • Fabricación de papel y carbón: 78,7% contra 40,9%
  • Piedras vidrios y cerámicas: 70,9% contra 53,2%

La transformación regresiva operada durante la dictadura llevó a un despilfarro de recursos humanos en una Argentina supuestamente ‘atrasada, no competitiva, subdesarrollada’. En 1976 la dotación de personal fabril era de 1.030.000 obreros y para 1980 quedaban solamente 790 mil. De ese total, 200 mil estaban en la zona Sur. Un ataque planificado y consciente a la industria y la producción nacional.

En consonancia con esa filosofía económica monetarista, la baja de salarios fue histórica. La disminución del costo laboral (medida como el cociente entre salario y productividad hora/obrero) bajó un 31% para fines de 1980, y medido contra fines de 1975, la productividad de los trabajadores argentinos subió en ese lapso un 45%, con un pico del 56% en la industria tabacalera que mantuvo su producción constante desde 1976 a 1980, pero con casi la mitad del personal.

Esto significó una transferencia de 60 mil millones de dólares a los bolsillos del sector capitalista en detrimento de los trabajadores.

La medida exacta de ese despojamiento de bienestar de los trabajadores en su conjunto lo da la deuda externa.

El nivel de Producto Bruto por habitante desde 1976 a 1980 se mantuvo casi inmutable, pero la deuda externa que era de 8300 millones (con una carga anual de 1000 millones en intereses) pasó a 27 mil millones en 1980 y a 28 mil 700 millones cuando Martínez de Hoz se había ido y ya estaba al comando económico Lorenzo Sigaut. Es decir que el poder del capital en la Argentina se quedó con más de dos veces el valor total de la deuda externa a través de la baja de salarios y el aumento de la productividad.

Rockefeller, Videla y Martínez de Hoz

 

       El economista Aldo Ferrer escribía en marzo de 1982: “Para captar recursos del exterior era necesario forzar el endeudamiento y esto se hizo primero a través de un muy fuerte aumento de las reservas internacionales, mucho más allá de lo que era razonable. Las reservas internacionales en el ’79 representaban 14 meses de importaciones en la Argentina, contra 3 meses de importaciones en el resto de los países en desarrollo. Eso generó un déficit considerable (…) la tasa de interés doméstica en dólares era del 50 al 60%, es decir que un dólar depositado en 1979 en Argentina al cabo de un año rendía un interés de ese tenor, cuando las tasas internacionales eran del 10 o máximo el 15% en ese período”.

Los spots publicitarios del aparato de información dictatorial sostenían que la baja de la inflación era una meta prioritaria del gobierno. Sin embargo, la emisión monetaria ligada al desmesurado aumento de la deuda externa, tras 5 años desmintió a Martínez de Hoz y todo su equipo:

  • El nivel general de inflación tomando como base 1974=100 daba para 1981 un aumento del 46,97% promedio, y los precios mayoristas tomando como base 1960=100 evidenciaban una inflación anual del 62,51%.
  • La inflación de los precios de la construcción entre 1980 y 1981 fue del 38,59% (datos INDEC).

Este proceso tuvo su contraparte en el campo. Jorge Aguado, un ruralista de CARBAP, fue ministro de agricultura del gobierno militar y luego gobernador bonaerense en los años 1981-1982-1983. En una histórica alocución en el Congreso de Federación Agraria, el número 69, se refirió a las ‘haciendas técnicamente débiles’ y al ‘peligro del minifundio’. “Debe terminarse con las explotaciones antieconómicas y entrar a producir sobre la base de la gran empresa”, sostuvo. Una generalizada rechifla de los chacareros en 1981 fue uno de los más potentes (y desconocidos) signos de protesta durante la dictadura militar.

Menos industrias, menos obreros, mayor productividad por trabajador, destrucción del pequeño productor agropecuario…todo de la mano de la liquidación del Ferrocarril.

Durante el período 1976-1981 se cerraron los ramales Pereyra-Punta Lara; La Plata-Pipinas; La Plata-Brandsen; Chascomús-Ayacucho; Guido-Madariaga, entre muchos otros.

En los talleres de Remedios de Escalada había 2200 obreros en 1969 y 1074 al irse Martínez de Hoz. En el taller del ferrocarril provincial en La Plata había 201 y quedó clausurado.

En el orden nacional, el personal ocupado en talleres, depósitos y estaciones del Ferrocarril era de 44.124 en 1976 y a mediados de 1981 quedó reducido a 25.482 trabajadores.

Argentina contaba en 1974 con:

42 mil kilómetros de vías férreas, que pasaron a ser 34.106 en 1981

2411 estaciones que pasaron a ser 1867

327 embarcaderos y desvíos de cruce que pasaron a ser 208

501 apeaderos que pasaron a ser 185

25 talleres principales de mecánica que pasaron a ser 19

La política económica de Subsidiariedad del Estado se aplicó, naturalmente, a la educación. Se intentó formar una elite profesional ideológicamente afín, se aranceló la universidad, se redujo el presupuesto universitario y se implementaron los exámenes de ingreso con cupo por carrera. El proceso de destrucción de la Universidad pública comenzó con el ministro Ivanisevich del gobierno de Isabel Perón- José López Rega, quien ya había impulsado un desmantelamiento y degradación de la educación superior. La llegada de la dictadura produjo el cierre de los centros de estudiantes, el cambio en la currícula, la abierta persecución ideológica.

Para continuar con el análisis del gran conglomerado de la Zona Sur, analicemos el caso de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) fundada en 1905, que muestra claramente este proceso.

La matrícula de nuevos alumnos en 1974 fue de 14.963, se redujo a 8897 en 1975, quedó en 9052 en 1976, pasó a 4854 en 1977, 4143 en 1978 y 4454 en 1979. Es decir que la destrucción y elitización de la UNLP redujo la formación de profesionales argentinos en esa casa de estudios en un 70%.

Un proceso similar vivió la Universidad Nacional de Lomas de Zamora que tenía 1577 nuevos alumnos en 1974 y 778 en 1979, y cifras similares la UTN de Avellaneda.

En La Plata y zona de influencia hubo 800 alumnos secuestrados y detenidos-desaparecidos.

El ministro de Educación desde 1978 a 1981 fue Llerena Amadeo. Impulsó la política de ‘eficiencia’ ligada a las universidades. El objetivo era el cierre de las facultades ‘chicas’. Lomas de Zamora resistió, pero la Universidad de Luján fue cerrada.

La presión económica sobre los hogares, los despidos, la mayor carga horaria particularmente para las mujeres que en muchas fábricas no percibían el pago de horas extras, favoreció la deserción escolar.

En 1979 en el Gran Buenos Aires desertó el 37,4% de los estudiantes secundarios. En las escuelas primarias de Berisso, Solano, las villas de Lanús, Lomas, Florencio Varela, Los Hornos en La Plata y otros distritos empobrecidos de la Zona Sur la deserción llegó el 49%.

En Berazategui, La Plata y Solano se debieron organizar ollas populares para los niños. La ley provincial 6766 del año 1964 que había declarado en estado de emergencia grave a la niñez de toda la provincia de Buenos Aires y creó los comedores y sistemas de asistencia y educación gratuita no se aplicó. Durante la dictadura se pagaba 25 centavos para que cada niño almuerce en las escuelas y 15 centavos para las meriendas.

Nada de todo esto hubiera sido posible sin el apoyo y la alianza estratégica con grandes corporaciones y bancos como los de Rockefeller.

El doctor Salvador Treber, fundamentó que la filosofía, la ‘receta’ aplicada en la Argentina coincide casi íntegramente con lo que postula para países como el nuestro la Comisión Trilateral: modelo abierto, agroexportador y sujeto a los dictados externos. En 1979 venía de visita el banquero David Rockefeller, y “un periodista le preguntó al entonces Jefe de Asesores del Ministerio de Economía, Luis García Martínez (publicado el 6 de marzo de 1979) cuál era el grado de permeabilidad que tiene el modelo económico argentino respecto del esquema ideológico que plantea la Trilateral. A lo cual García Martínez respondió que ‘existen afinidades importantes, no porque este programa sea inspiración directa de la Trilateral, sino porque de alguna manera buscamos integrar al país en la economía mundial. Este es un objetivo declarado e indica la afinidad ideológica o estratégica de desarrollo de la Argentina”.

 

A 41 años del golpe y 40 del autoproclamado ‘éxito’ del primer año del Plan Martínez de Hoz , la muerte de David Rockefeller no hace más que subrayar el entramado de los postulados de la dictadura argentina y los de la Comisión Trilateral, cuyos herederos hoy se reúnen en Davos para dirigir los destinos del mundo.♦♦

Darío Bursztyn- Periodista- Sociólogo. Especial para purochamuyo.com / Cuadernos de Crisis

* DAVID ROCKEFELLER, UN IMPULSOR DE LA CEOCRACIA QUE EN ARAS DE LOS NEGOCIOS CARECIÓ DE ESCRÚPULOS POLÍTICOS

Por Fernando Del Corro


A los 101 años, 9 meses y 8 días de su nacimiento, el pasado 20 de marzo falleció el empresario estadounidense David Rockefeller, un hombre que durante casi medio siglo estuvo fuertemente ligado a la marcha de la economía argentina. Contó con algunos amigos con los que mantuvo estrechas relaciones como los ex ministros José Alfredo Martínez de Hoz y Domingo Felipe Cavallo, siendo este último al que dirigiera sus mayores elogios.

            Durante una entrevista  concedida al matutino porteño “La Nación, editada el 13 de octubre de 2004, mientras se distanciaba de la corrupción del entonces presidente argentino Carlos Saúl Menem, y Cavallo manejaba la cartera económica, dijo de este último: “Probablemente haya sido la mejor persona que ustedes (los argentinos) hayan tenido en el gobierno en mucho tiempo”.

Sourrouille, Rockefeller, Amalita de Fortabat

            Ya en 1978, en pleno auge de la política económica del “Proceso Cívico-Militar” iniciado dos años antes, Rockefeller había exaltado a Martínez de Hoz al elogiar de él “la creatividad y vigor de su desempeño en el campo económico” dando así respaldo a los manejos del entonces ministro, quién era cuestionado por algunas figuras claves de la cúpula militar que terminaron frenando los intentos privatizadores.

            Rockefeller, que manejaba el idioma castellano, visitó por primera vez la Argentina en 1954 en el marco de la apertura que la administración estadounidense del presidente Dwight David “Ike” Eisenhower había encarado hacia el gobierno del general Juan Domingo Perón de quién luego el banquero dijo que “le hizo mucho daño a los argentinos” mientras dedicaba elogios a sus amigos empresarios como Amalia Lacroze, heredera del grupo Fortabat.

Menem y Rockefeller

“Por una razón o por otra, dijo Rockefeller, la Argentina cayó presa de un número de dictadores (entre los que incluía a Perón pero no hacía mención a la cordial relación que mantuvo con los jerarcas del Proceso) que los manejaron demasiado tiempo, lo cual sólo podía resultar pésimo para el país”, ya que se trata de “una mala forma de gobierno”;  “las dictaduras siempre han sido un desastre”, sostenía un poco desmemoriado el ecléctico empresario recientemente fallecido.

            Para él la cuestión central para calificar positivamente un gestión de gobierno era que tuviese un equipo económico sólido que acertase con sus propuestas, que tuviese capacidad para endeudarse en aras de las mismas y la solvencia para luego pagar, lo que en el caso de su amigo Martínez de Hoz solamente se cumplía en cuanto a su avidez para solicitar préstamos de todo tipo y en las más diversas monedas.

            La relación Rockefeller-Martínez de Hoz se inició en 1964 cuando éste, que había sido ministro de Economía del presidente argentino José María Guido fue enviado por su sucesor, Arturo Umberto Illia, a los Estados Unidos de América como representante comercial. Eso dio lugar a una amistad personal que se prolongó en el tiempo y que facilitó los negocios financieros con los que operó la administración del Proceso.

            Desde entonces también siguió operando con gestiones posteriores, en especial con la de Menem-Cavallo como durante el “Plan Brady”, durante las cuales, según Rockefeller, Domingo Cavallo, ya sea como canciller, inicialmente, o como responsable del área económica, posteriormente, “cumplió un rol muy positivo en esas negociaciones” y luego también al implementar la convertibilidad monetaria.

            Teniendo 93 años sobre sus espaldas Rockefeller seguía operando sobre las cuestiones financieras de la Argentina y fue así que en 2008, en Nueva York, durante una reunión del Consejo para las Relaciones Internacionales, recibió un saludo muy cordial de la entonces presidente Cristina Fernández, la que señaló que las propuestas de aquél para salir del default habían sido “muy interesantes y beneficiosas” para el país.

De la Rua y Rockefeller

Evidentemente el centro de su preocupación estuvo siempre en los negocios. Sin hacer diferenciaciones políticas, llegó alguna vez a cuestionar el sistema capitalista, y a ser secretario del alcalde neoyorquino Fiorello Enrico La Guardia, gran impulsor del rol económico del estado y del empleo público tras la crisis de 1929 y que hoy bien podría ser calificado como populista.

            Después de ello se hizo amigo del futuro presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy cuando en 1936 ambos compartieron brevemente estudios en el London School of Economics and Political Sciences, de resultas de lo cual el magnate llegó a tener un breve noviazgo con Kathleen, la hermana de su condiscípulo, el que por razones de enfermedad debió regresar a los EUA y abandonar sus estudios con el economista laborista Harold Joseph Laski, líder del partido Laborista británico.

            Su doctorado lo concretó en la Universidad de Chicago, propiedad de su familia, que había sido fundada en 1889 y como parte de su visión reformista, entre 1941 y 1942, bajo la presidencia de Franklin Delano Roosevelt fue un importante funcionario en el área de la seguridad social.

            En 1946, tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, durante la cual fue capitán del Ejército, centró su preocupación en los negocios financieros a través del Chase National Bank, liderado por su familia. En 1955 tomaría su nombre actual, Chase Manhattan Bank, del cual fue presidente desde 1960 hasta 1981, mientras algunos de sus parientes conducían el Citibank, su principal competidor.


ROCKEFELLER SE PASEA DE LA SALA AL COMEDOR


Resulta muy interesante que Rockefeller controlase el Chase poseyendo sólo el 1,7 por ciento de las acciones, confirmando aquél pronóstico del escocés Adam Smith quién ya en 1776 había adelantado que el capitalismo, en un futuro no muy lejano, iba dejar de estar conducido por propietarios de empresas ya que estos, progresivamente, iban a ser reemplazados por un sistema gerencial; la ceocracia contemporánea.

            De hecho, siendo él una suerte de CEO del 88,3% de accionistas restantes, fue capaz de incluir 15 funcionarios importantes en el gobierno de James Earl “Jimmy” Carter (el propio Carter había trabajado con él); 12 en el de William Jefferson “Bill” Clinton; y algunos en los de Gerald Rudolph Ford y George Walker Bush, mientras puso cuatro presidentes del Banco Mundial y uno de la Reserva Federal (Paul Volcker).

            Su eclecticismo político lo llevó a gestionar importantes negocios, en tiempos de la “Guerra Fría”, con la ex Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas y así en 1973 abrió una sucursal bancaria en la Plaza Roja de Moscú adonde viajó en 1989 para entrevistarse con el entonces primer ministro Mikhail Serguéievich Gorbachov, y acordar con el gobierno de la República Popular China que el Chase fuese representante en los EE.UU. del banco de ese país.


Así, mientras el Chase acordaba con los gobiernos comunistas, él pudo decir: “Siento gran respeto y admiración por Martínez de Hoz. Esto proviene no sólo de una larga amistad entre nosotros, a pesar de las distancias geográficas que nos separan” y “Es muy obvio para mí, como para todo el segmento bancario y económico internacional, que las medidas de su programa han sido muy, pero muy exitosas para resucitar la economía de la Argentina”.

“Tras analizarlo, recomendé inmediatamente considerar un crédito del Chase a Argentina, y estimulé a otros bancos norteamericanos a hacer lo mismo, lo que contribuyó a que entre los nuestros y otros similares de Canadá, Europa Occidental y Japón, Argentina pudiera hacerse de la cifra cercana a los mil millones de dólares que necesitaba”, para hacer frente a su minada situación de deuda exterior”, siguió con sus elogios.

       Invertir sus dichos es la muestra de lo hecho en esa gestión: “la drástica reducción de la tasa inflacionaria, que aún es alta pero que como síntoma de una corriente es promisoria; el gran revertimiento del saldo negativo en la balanza comercial y de pagos, y el incremento de las reservas monetarias del Banco Central, que estaban a un nivel cercano a cero, o sea 23 millones de dólares cuando Martínez de Hoz asumió su actual cargo, a un cifra récord”.♦♦


Fernando del Corro. Docente universitario, historiador y periodista.

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